jueves, 3 de octubre de 2024

Nadismo

 

Es sabido que el mundo está lleno de don nadies. La novedad es que cada día lo son (somos) más profundos. Por ironías de la vida, hay un momento en que casi todo dios se cree alguien, pero al caer del pedestal desciendes más, si cabe, al más absoluto nadismo. 

El mecanismo social para tacharte e incluirte en cualquier inclusa -no se olvide que esta es una sociedad muy inclusiva-, sea el ostracismo, el olvido o una residencia, suele ser el extrañamiento, una forma de apartheid que antes era una pena judicial, que ahora ya no hace falta, pues es el propio entorno de cada uno el juez y ejecutor, sin sentencia y sutilmente, pero firme, y más legitimada al ser percibida como la defensa obligada de la tribu de elementos no deseados. 

Por ello, resulta mucho más efectiva, pues, si el marginado se margina y viceversa, aún más y mejor se le puede aislar con una táctica, la de la supervivencia, aunque sea impostada, tan vieja y aceptada como la misma familia, y que ha aumentado desde que precisamente ésta dejó de cubrir las necesidades tanto físicas como psíquicas del individuo; desde que cualquier miembro de ella puede ser prescindible tanto para su estabilidad económica como psicológica. 

Y aunque no se sea muy consciente de ello, pues está tan internalizada e indiscutida, que parece ausente -he aquí otra fuente de insania mental del presente-. 

Pero las muestras de sus andanzas son evidentes. Si el sexo entre extraños es un hecho cada vez más cotidiano que supone la aceptación tácita del nadismo físico como estrategia no solo de cara a otros, sino a uno mismo, su rúbrica explícita es el extrañamiento de los seres cercanos como forma automática de exclusión relegándolos a un espacio exterior del que es mejor no vuelvan -salvo en casos de pedir perdón como don nadies (a otros don nadies, claro, que así dejan de serlo, je,je)-, siendo a través de esa condena, no hablada ni expresada pero asumida como buena, cómo el nadismo se refrenda y desarrolla a partir de la misma familia, nadista en sí misma y convertida en fábrica de don nadies que se verán obligados a competir fuera con otros por esa misma miseria insostenible.

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