Si algo es común a toda Europa, y cada vez más universal, es la huida del dolor. Quedan ya pocas sociedades tan heroicas que hagan del dolor un leit motiv de su desarrollo, al verlo mejor en la economía, la identidad u otros. Quizás algunas arcaicas con tecnología, y dopadas, como Corea del Norte y poco más.
Por aquí, el origen del rechazo del dolor como aprendizaje, y otras cosas, tal vez esté ligado a la lucha obsesiva contra la violencia desde el medievo. Y aun así el dolor, aunque no venda, pone (sobre todo las pilas), conecta y moviliza. Pero nuestras pulsiones para ello son muy otras: el consumo, el placer.
Para ejemplo, la adopción del Halloween (la muerte sin pena, la expulsión del duelo, la cosificación, el comercio, el festejo), que ha venido que ni pintado al ninguneo del dolor como seña de identidad europea. Sobre todo el psíquico, que sufre una auténtica cruzada, aunque ante la derrota, sencillamente tendamos a su apartheid, a ignorarlo.
Y así pasa, que la salud mental va en picado. No así el físico, al contar con el dispositivo de su paliación, y poder reproducirlo sublimado, ejercitado con control y reelaborado. Sobre todo por el deporte. Es el fast pain. Como la comida rápida, pero en dolor. Y desde los 80, cuando Jane Fonda empezó a televisar el fitness bajo el eslogan de no pain, no gain (sin dolor no hay éxito), copiado del clásico de Sófocles de que nada se logra realmente sin esfuerzo, pero mucho más mediático, viene a ser una nueva versión light, pero práctica, de la ética protestante anglosajona a partir de la explotación del propio cuerpo: la sublimación rentable del padecer.
Un nuevo puritanismo en realidad que, desvirtuando el dolor físico de verdad (y por ende todo dolor) al dejarlo en lo deportivo y extenderlo como actitud a muchas facetas de la vida, supone, bajo su apariencia de educación en el esfuerzo y el control del dolor de baja intensidad, una huida del mismo que lleva a la ausencia de catarsis sistemática natural de la persona y su imposibilidad de renovación (y de la sociedad), por esa rémora, esa hipoteca de no querer dolerse, sino de mentirijillas. Esa asignatura pendiente.
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