miércoles, 11 de diciembre de 2024

El relevo

 

Ya sé que es tontería, pero cualquier aspirante a político, además del examen psicotécnico, para saber su grado de empatía u otras trabas para su desempeño, debería  leer algún libro de Tom Sharpe, y si se ríe, echarlo. Este autor ya olvidado, que con cicatería de británico forrado, al haberse quedado sin sanidad en su país, venía a operarse a Cataluña, en cuya costa vivía (y murió), para ahorrar a costa de la española -no sé si he dicho que era inglés-, ya en los 70 explicaba en su Wilt cómo se habían quedado (con la inestimable ayuda de la Thatcher), primero sin un puñetero oficio, y luego sin mano de obra, en medio de un desmierde mayúsculo de la educación pública –“electricidad 4”, “hogar 3”, aquellas delirantes asignaturas-. Que es nuestro destino. 

El gobierno alardea de tropecientos mil cotizantes, pero en realidad son los mismos que hace 17 años, solo que con 5 millones más de habitantes, resultando así un producto (y una renta) menores por barba. La pobreza y la desigualdad, pues, garantizadas. Empezando por esa nueva población -casi 11 millones ya no han nacido aquí- que se va quedando con el empleo ful que no quiere nadie, mientras al otro lado de la pinza, los universitarios no lo encuentran o emigran. Y las propuestas políticas alucinan. 

De un lado, que continúe el show inmigratorio tal cual, y del otro su devolución al remitente. Y el voto se moviliza. Por eso acaban de reñir por ello por enésima vez. Y es que, si el control es casi imposible, el único sentido de admitirlos sin tope es ampliar el ejército de mano de obra de reserva, rentable solo para unos pocos y al final, antieconómico. 

Y no es que Vox se haya hecho marxista, es que está comprobado que, si hay una gran población hambreante, los salarios bajarán, seguirá la sangría de jóvenes, inversiones y bajas cotizaciones, y el negocio será gravoso para un país, seamos realistas, con más pensionistas que botellines. 

De modo que, lo único que de verdad mejoraría la situación, no es ni pajera abierta, ni echarlos; es formarlos y cualificarlos. O sea, promocionarlos y rentabilizarlos. Como con todo quisque. Y ese es el problema.

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