Todos solemos llevar dentro juntos un Dr, Jekill y un Mr. Hide vitales, arrastrando consigo una carga de esclavitud y, a la vez, un poder de liberación bastante evidentes, haciendo de nuestra existencia el desarrollo de esa continua contradicción o par de fuerzas tan mecánicas como anulantes.
De un lado, la tendencia a esclavizar y ser esclavos, como el invento de la sociedad, nada baladí, atestigua; y de otro, el impulso discontinuo y tantas veces tardío, de deshacer los lazos. Si en los más independientes prima la sed de liberación, principalmente de sí mismos, que es al final lo que más ata, esa inclinación tan humana a depender del otro, eso es precisamente lo que prevalece en los más proclives a dejar de lado la ruptura, o para mañana, pues las cadenas acaban adoptando naturaleza de comodidad y seguro de vida.
Más o menos, todos pasamos por ello, y una vez instalados en una u otra opción, si es que la vida lo es, permanecemos quietos ahí, institucionalizados en una equívoca libertad, cuando la muerte llega y nos desata, a su modo traidor y ambivalente, desnudando la magia de pacotilla del vivir, ridiculizando su truco infantil, su tesis.
Pues si la muerte libera y esclaviza, más aún proporciona a ese doble sentido forzado de la vida, la herramienta ideal de su disolución, su síntesis. Solo que pocos son capaces de aprovechar esa faceta liberadora para adquirir, en el trance, una autonomía del presente, que es la gran herencia de la muerte.
Solo que ya suele ser impracticable, incluso indeseable, pues para facilitar el pasar se adjunta la herramienta del recuerdo, como instrumento definitivo de la nueva sujeción, que te atará para siempre al pasado y no te abandonará jamás -salvo aún peor, en la inmemoria, la muerte en vida-, hasta el fin de los días.
Solo queda pues hacer
de eso otra vida, y a poder ser, liberación. Quizá será una parodia de la
primera vez, que dijo el otro, o una vida fake, más acorde con las actuales
circunstancias -¿sería demasiado una vida fango?-; pues no deja de ser un
autoengaño enmarcado en esa gran contradicción humana. Pero, desengañémonos,
todo es engaño. Todo menos, ya sabes.
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