viernes, 28 de marzo de 2025

Saberes

 

En esta vida saber ponerse malo resulta fundamental para la supervivencia. Y es que hay mucho temerario por ahí. Por ejemplo, un transexual que se empeñe en que le construyan hasta donde sea posible un aparato femenino, se pasará después media vida en el ginecólogo y la otra media pendiente de la próstata. 

Sin embargo, tú te pones malo un día de mercadillo de los Invasores, y tienes barra libre en cualquier ambulatorio, y si es en uno de sus alrededores lo mismo hasta te ve el médico. Aunque tú sabes que ese es el día de la salud universal, y eso es jugar con ventaja. 

Ni tampoco vale hacer trampas. Así, flojear, mañana concretamente, a sabiendas de que, si te presentas en urgencias por la noche, seguro que a las tres o las cuatro de la madrugada, con el adelanto horario, ya estarás atendido. Nos ha jodido, así, se pone malo cualquiera, y triunfa. 

No, yo digo por su sitio, que te dé un pijritate, aunque sea leve, como por ensalmo, e ir y descubrirte de rebote una embolia, hacerte un cateterismo y salir niquelao para unos años. O un cáncer primerizo, cuatro sesiones, y a Benidorm. 

Ese tener el cuerpo a mano, ese saber se ha perdido, básicamente por haber entregado la evaluación de nuestras sensaciones mórbidas -que según Boltanski dependen de la experiencia, expectativas y el aprendizaje- a terceros que, basándose en procesos de reglamentación a partir de la enfermedad en otras personas y otras clases, te protocolizan para hacerte cliente asiduo, un objeto del sistema. 

Y, claro, te desnaturalizas y pierdes esa capacidad mitad intuitiva mitad empírica de cuando te inyecta(ba)s en vena un ajomataero, una sartenada de orza y una redoma de vino, que automáticamente te doctora en medicina preventiva para auto diagnosticarte cualquier cosa frente al escepticismo de los facultativos. 

Y es que saber ponerse enfermo -y la receta citada no falla- te procura como.., horizontes, que es lo que da la perspectiva de la muerte. De lo contrario siempre estás allí, moneando, sin solucionar nada, lamiendo una quimera cronificada, adquiriendo al final complejo de lavativa, y, al no saber caer malo, cargando con lo que se les ocurra a otros. Y siempre toca.

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