miércoles, 5 de marzo de 2025

Sores


Era imprevisible que el primer mandamiento sería no atentarás contra la mujer, y los crímenes contra ella los más penados, por su mayor entidad jurídica, tras su inclusión en la cadena económica por los Ford, Taylor, Stajanov y otros grandes hijos de perra expertos en sacar la última gota de pringue del currante, y luego de la IIª G. M., en una sociedad más apta para el potencial femenino, ser elevada a protagonista hasta hacerse con el pampaneo. 

Los filósofos no podían prever todo eso. Entonces, el derecho a votar era lo único relevante, y no dejaba de ser un hito más de la emancipación burguesa, y ellos estaban más en la paz, en los procesos de civilización, ya en marcha sobre los raíles, y no se olían ni de lejos el sorpasso. Y menos aún podían prever que, fruto de esa implantación, muchas mujeres se fueran a meter monjas. Y no es coña. 

En paralelo a una tendencia identitario victimista, esa enfermedad infantil del feminismo como es el mee too y derivados, y otra de efectos más bien reaccionarios de perpetuación de la mujer objeto, como la anti prostitución, discurre un feminismo tranquilo, algo disidente, amartillado en la autonomía económica, los años y el resabio escéptico y displicente tanto de hombres como de las nuevas amazonas, que reposa en la sororidad (y en descreer de la nueva doctrina del cambio del status de trabajadora a mujer). 

Y huye hacia atrás (desde delante), al nuevo claustro, esta vez mundano, por lo civil, pasando de casi todo, quizá hastiadas como aquellos guerreros del Barroco, en busca de una paz activa en el retiro. Es una nueva sororidad, en plan soviético, pero al pie de la letra, de pequeños soviets, celular, producto de la mayor esperanza de vida femenina o del divorcio, del desencanto o de la victoria a medias. O quizá el triunfo de la voluntad. 

Pero ahí están, y al alza. Haciendo votos por la soledad en comandita, pero no de silencio, sino hablado -hable con ellas, dice el profeta-. Un convento disperso y a la vista; una congregación sin cilicio, ni ora ni et labora, ni un dios al uso salvo el tiempo, distinto ya al de los hombres. Por eso suenan tan lejanas, aunque estén tan cerca. 

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