Yo no sé en qué momento se jodió la Semana Santa -homenajeemos a Varguitas-, para pasar a convertirse en otro coñazo como las Navidades pero a la inversa, en un andén hacia la huida, hacia los campos de exterminio del turisteo,
pues si todo el mundo vuelve a casa por Navidad, en Pascua todo dios (ahora que al fin todos lo somos) se va de ella -para no ver llover, será-, incluidas sus imágenes que, literalmente, se largan en andas a la calle, para ducharse con la lluvia, que una vez al año…, o con las lágrimas perdidas en ella de los sevillanos con vocación nazarena de androides Blade Runner, aunque bien propagadas por la tele, que ya está bien de “¡esto, es que no puede explicarse con palabras, buaaaa!” (hay que joderse con la llantera esa).Pero, sí, algo se produce de Pascuas a Ramos que satura y solivianta y llama al éxodo, y no es lo laboral, lo astral o lo telúrico, sino más bien un ritmo circadiano personal que invita a dispersarse equinocialmente como un polen. A desaparecer, para resucitar al tercer, cuarto o quinto día (pues no hay quinto malo). Y amén y hasta la próxima.
Un destino pascual que quizá ya estuviese escrito en sus orígenes, y que yo empecé a percibir a principios de los años 60, pues, pese al festín de repostería pascualera de sospechoso aroma sefardita -nótese la nula presencia del cerdo en su componenda-, y de la gótica tentación penitencial de las adustas procesiones de la época, de repente, nos faltaba la razón fundamental, la razón de ser pura de nuestro ocio, que era el cine. Al ora et labora que presidía el tiempo de pasión, si hubiera sido por nosotros, podrían haberle añadido: y ve al cine. Pero no se podía.
Era diñarla Cristo, y ponerse de luto los templos del séptimo (o más bien único) arte. Una costumbre muy fea. Un anticristo. Y el cristo subsiguiente, pues, ya se sabe: sin cine, no hay paraíso. Solamente el infierno adulto. Y nuestra fe estaba en Opalong Cassidy, Charlot o El Zorro.
A pique de haber apostatado. Menos mal que a los dos días venía el domingo, y todo volvía. Incluida la otra vida: o sea, el cine. Como si la Semana Santa hubiera sido el No-Do.
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