lunes, 20 de marzo de 2017

Así tenía que ser

A los que pasamos nuestra primera vida –¿bienaventurado el que vive sólo una?– en medio de gentes amasadas en una cultura arcaica, acabaron siéndonos familiares expresiones como: “si está de Dios...”, “le tocaba ya”, “estaba cantado” o “nació así”, para proveer explicación de urgencia no sólo a los sucesos o a los célebres ‘eventos consuetudinarios que acaecen en la rúa’, sino también, y aquí viene lo bueno, a pautas permanentes de la vida, como las compulsiones, las actitudes, etc, pasando así por tamaña túrmix fatídica la revoltaza de biología y sociedad, materia y espíritu (permítaseme la perversión), naturaleza y manufactura que, con un añadido de especias al picadillo final, su embusado y oreo, definían la vida como una longaniza, a saber si digerible o no y preñada de esa duda de que la cosas no eran como empezaban sino como acababan. 
Y en esto llegó el saber.
Bueno, el saber llevaba tiempo instalado, lo que pasa es que no lo sabíamos. Pero nos íbamos a enterar. La nueva razón práctica declaró comatosa la predestinación animista y vulgarota preindustrial, poniéndola en manos de la fe instrumental, bastante más productiva pero llena también de curiosas paradojas. Y al fatalismo cateto sucedió el  ‘ilustrado’ y ‘revolucionario’ positivista del saber comprobado de la ciencia –cosa más tonta–, poniendo en cuarentena todo un sistema de conocimiento, lo mismo en la Naturaleza que en la Sociedad, así en la tierra como en el cielo, con  una convulsión que daba la exclusiva de la construcción social de las personas a un exacerbado materialismo y calificaba de idealismo recalcitrante a quien lo situase en el determinismo genético. 
Y aunque de hecho los dos fueran determinismos ideológicos en liza, solo el perdedor sería el segundo. Hasta ahora..., porque hete aquí que, barriendo para casa y ensanchándose en medio de las posibilidades de sus infinitos horizontes, la ciencia empieza a escupir nuevos resultados –y qué resultados, Dios santo (con perdón)– con que cambiarse de chaqueta, a otro determinismo genético, muy científico esta vez, no faltaba más.
Así, por ejemplo, fracasado todo el sistema loquero (lo social), la esquizofrenia resulta que depende de la propensión hereditaria de algún malagüero genético, restando relevancia a la solfa de neurosis, histerias y complejos; y por lo mismo pasas a las gratificaciones, pulsiones y ambiente como procesadores del carácter, una vez descubierto su posible aposento en el ADN. 
De igual modo, la orgánica cerebral y su división funcional será la causa a partir de ahora de los modus operandi femeninos y masculinos. Por no hablar de la amenaza pendiente sobre los homosexuales de un nódulo o algo así, y que debe ser una cosa muy fea, que anda amagado por ahí incitando al cuerpo a la sandunga. Al igual que la inclinación irredenta de otros hacia el alcohol, garantizada por una composición celular con desviaciones en sentido contrario, y tan mala para la circulación. Y de remate, la capacidad de excitación violenta que se baraja (tahures tiene la ciencia) para ciertos individuos en virtud de la difusión de algunos estímulos en su neurocórtex.
Y así, a novedad diaria. Miles de años para dar la razón a cosas que se veían venir por la predisposición a las aprensiones menganas, rechazos zutanos, fobias perenganas y rarezas fulanas, manifestadas por los sistemas linfático, simpático –lo cual es incomprensible– o el gástrico (de tan mal vino según casos) de cada quisque, y que hace que estemos perdidos, aunque no del todo, habida cuenta que aún no se ha podido comprobar causa científica alguna en la propensión al haraganismo de sureños, gitanos, jóvenes y obreros en paro, que no saben científicamente que el trabajo los haría libres. 
Está claro que la protociencia, empeñada de un tiempo a esta parte en sacar a relucir los intríngulis de la vida, ha vuelto sin quedarle otra, a las andadas veredas del inmanentismo antañón de la razón rudimentaria calificada por ella misma como de segunda, si bien partiendo de un punto repleto de razones de primerísima, pudiéndose decir que, partiendo del más alto materialismo científico se ha llegado a la más baja estofa de anuencia con la percepción primaria de las cosas. Y viceversa, a lo peor. Dios sepa, ¿no?

Y mientras los genes, el ADN y demás menudencias recorren el mundo, la formación de éste se llena de dudas que corroen de relativismo al absolutismo científico social, visto ahora como conducta impropia del saber por el propio empirismo a ultranza generado, metiendo al enemigo en casa para relevar a la vetusta genética social por la vanguardista sociedad genetizada, que esperemos que por ninguna de las razones uno de sus sesudos estudios comprobativos de marras demuestre que la gente de las clases altas se mantienen esbeltas y en forma gracias a su conformación genética especial. Porque entonces sí que estamos perdidos: a más de uno se nos iba a ver el plumero.

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