viernes, 30 de junio de 2017

Escaparates


El mundo, más que un pañuelo, es un anuncio. La publicidad es Dios y las redes sociales su profeta –o probeta–; un merdasquero universal donde todos picoteamos como abubillas.
Si bien los mayores removedores de mierda sean los emergentes alternativos, que como okupas de cloaca y con su perenne guerra cultural por imponer su mensajería han hecho que el resto esté como el niño del anuncio, empeñado en hacer caca en el baño de Pablito, que no sale de él ni a tiros, como cualquier adolescente.  
Pero es que hoy un mozalbete (de 10 a 40 años) puede vivir perfectamente en un váter, como otra bacteria endémica más de los mismos. Allí tiene y puede hacer todo lo que necesita (además del agua, que no), léase sestear, jugar (con el móvil), relacionarse (con el móvil), oír música (con el móvil), hacerse pajas, incluso físicas (con el móvil –los hay que vibran muy bien–), y hasta evacuar (móvil presente). Pero sobre todo anunciar que hay vida en ese más allá de los catorce (y del váter). 
Y es que si no te anuncias no existes, ni aunque vivas en un retrete, y si hay un dicho clásico cierto para el nuevo mundo de más allá permanente es el franchute ese que afirma que los ausentes nunca llevan razón. Más allá de la propaganda no hay vida. Es más: la vida es la propia propaganda. Lo constata ese niño que, tras tres días de castigo paterno con secuestro de móvil se encontró en el mismo más de 40.000 guasaps. Eso sí que es crecimiento personal. 
De lo que se deduce que merendaba poco, pero también que quien no está no se le espera y quien no ofrece nada (ni aunque sea mentira) se queda in albis, como el amo del primer anuncio escrito datado hace 5.000 años en Tebas, ofreciendo una moneda de oro de recompensa por la captura y devolución de su prófugo esclavo Shem. E igual el guasap, que uno es esclavo de sus palabras y al meterlas en la botella de náufrago del display lo que se pide es la liberación. 
Hemos llegado así a la materialización, aunque sea líquida, de lo que Sennett denominó ‘interconfesión dependiente trivializada’ como norma de integración en la nueva comunidad intrascendente. Lo peor es que esa llamada desesperada en forma de confesión íntima son cantos de sirena –los de la Odisea son, por cierto, los primeros anuncios clasificados– para otros, a los que acaba sucumbiendo el mismo emisor por falta de respuesta. De ahí tanto onanismo. Móviles aparte.

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