viernes, 2 de febrero de 2018

Empoderadas


En la India una ginecóloga, o quien pueda hacer de tal en un momento dado, puede levantar un pastón haciendo ecografías en negro, y no quiero decir con esto que no se vean, que sean oscuras, sino que allí las ecos para saber el sexo del feto son ilegales desde 1994, para evitar los innumerables abortos que se producen al ver que viene niña la cosa. 

Aquí, sin embargo, las ecos son casi obligadas, aunque solo sea para vacilar con ellas por guasap, que es el vox (o guas)populi actual. Pero ese no es el tema. 
El tema es que aquí lo peliagudo, o al menos mucho más que eso (y me temo que aún más para las mujeres) es, si echar perro o perra en casa, por aquello del machismo intrínseco del chucho y los problemas que ello acarrea, o de tener que esterilizar a la hembra y evitar que se pongan en amor –lo cual entroncaría, por cierto y por lo patético, con la misma tragedia india del pánico a la menstruación que corroe a ese país, y a otros de igual signo antiféminas–. 
Y todo esto, mira tú, en medio de la espiral de hipérboles del MeToo, que es como ahora se renombra ­–“tú también, Bruta”–, por lo analfotelemático y enredoso, al movimiento feminista de la era actual, o movilmiento, ahora bien pasado por Hollywood, cuyo parecido de sus productos con la realidad no olvidemos es pura coincidencia, y que viene a decirnos “A mí no me violó Weinstein, pero como si sí”, declarándonos así a todos productores (no de películas sino de acoso) potenciales. Algo que resulta verosímil, tan útil en la era del “puede colar” como pensamiento universal, dado que, como animalicos masculinos (e incluso bastantes del otro lado) somos vistos y dados de alta, y con razón, como sospechosos habituales. 
Y aún así, todo esto no deja de ser una sinécdoque social. 
La farsa (necesaria) a pagar por el buen melodrama no resuelto de un mal milenario, cuyas actrices, tanto las de pasarela, nominación, premio y posado, como aquellas a las que suplantan y no siempre para bien, atraviesan un tres en uno (sarampión, rubéola y varicela) tan encendido y a ratos tan incendiario, que hace temer si sus alas de mariposa no acabarán quemadas en su llama, sin darse cuenta de que esas son sus velas y que una vez quemadas, habrán quemado sus propias naves (las nuestras hace tiempo que desaparecieron, convertidas en la llama que alimenta el incendio). 
Siendo así que, parafraseando al clásico, podríamos preguntarnos si este MiTuismo que cual fantasma recorre, no Europa, que dijera el otro clásico, sino todo el mundo, ahora que es más global, solo es otra enfermedad infantil del feminismo. 
Y es que, hombre (con perdón), cuando el pleonasmo se convierte en el gran leit motiv revindicativo, en el principal ariete progresista, y la brecha salarial en solo un soporte, más leña fetichista para el fuego (y no lo digo por lo de la brecha), la buena torta a falta de pan, el achaque para cumplir con la obligada tradición monetarista; y cuando lo más granado del glamur y la alta sociedad van, y se colocan los primeros en la foto, da que pensar en quien no sale en ella, que son todas, prácticamente, y si todo no será más que puro postsufragismo icónico. 
Y también, y lo que es peor, si hasta las pobres neotrotskistas –esas con que Roures deja salpicar sus medios, por ejemplo– y otras adelantadas de nuestro contexto, como son las del eje feminiconsistorial Madrid-Barcelona, grandes empoderadas del salto hacia delante del nuevo proceso democrático, han olvidado ya, con su puñetero debate entre identidad o liberación material, que las ricas, mañana, serán más ricas, y las pobres, más pobres.

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