martes, 27 de febrero de 2018

La penúlltima


A la edad de la duda suele suceder la de la incertidumbre. Si bien haya quien se salta la primera y se topa de repente con la incerteza y su castañazo. Las mujeres, bastante menos.
Es lo que tiene no haber tenido que demostrar nada ni en la Liga, la Copa ni la Champions, esas absurdeces (que ahora les vienen del tirón y el gustillo que le han pillado); y a la par haber tenido el privilegio del segundón, aprender a dudar, tanto de sus propias firmezas (de todo tipo) como de las de en frente, casi más evidentes. 
Se trata de una buena preparación para afrontar la penúltima etapa, previa a la del vértigo, sin más desasosiego que el de acabar de hacer camino. O sea otra más. Lo decía Ortega: Además de enseñar, enseña a dudar de lo que has enseñado. Y ellas, no es que estén bien enseñadas, sino bien aprendidas, por necesidad ­–aunque con la igualdad y la competición, cada vez menos-. 
Los hombres, en cambio, tan mal enseñados, y padeciendo del mal de la falsa certeza, solemos estamparnos con una realidad siempre postpuesta, y nos urge la urgencia de vivir lo postergado, o al revés, empezar por el final, esa cruel regresión, instados a rematar lo empezado, a culminar una obra –esa otra vocación albañil tan masculina-, en definitiva a acabar de buscarnos la ruina con lo que son delirios de última hora, como si todo se acabara mañana, cuando ni la muerte tiene prisa –otra vanidad: para qué, si nos tiene apalabrados-. 
Y hay quien pringa acuciado por realizarse finalmente con esa obsesión tan típica del “por si acaso” es la última vez, de ir a una playa, o hacer parapente, plantar un árbol, criar un perro –que es un decir, pues al final lo que tienes que criar es a los nietos-. Cosas que, una vez en marcha esa ansiedad finiquitante, son en realidad las penúltimas, pues de hecho te obligas a una especie de perennes últimas voluntades, cuya dinámica es la misma que el condenado a muerte con el tabaco final, que a base de aplazarla, lo que le mata al final es el enfisema (que tampoco está mal) en vez de palmarla por su sitio, la horca o lo que sea, que siempre es lo penúltimo.

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