viernes, 15 de marzo de 2019

Autobombo


Desde que la postmodernidad entró en bucle, o sea en su the end indefinido, y se declaró extinguida a la historia ­–­jodido Fukuyama, ese oriundo japonés dolarizado y su mundo final­–­, la máxima de Marx, o márxima, de que la historia repe es siempre una parodia, se ha hecho ley, y lo que hoy vivimos, a fuerza de retruécano, copia y redundancia, más que historia es parodia perpetua. 
La vida hoy plagia al cine, y no al revés, y el devenir semeja más una versión, un reinicio, un relanzamiento o una mera retoma del devenir, con tal de estirar la goma de la finiquitada historia y que dure y dure, en un final abierto y a poder ser personalizado e interactivo (o eso nos creemos) para tratar de alterarlo, como si la existencia fuera modulable al gusto, erigido cada uno en director de la película para hacer su propio montaje. Así de tontos se nos trata. 
Por eso el modelo de actuación política es el remake, lo dejà vu. ¿Qué es si no el españolismo del PP, el neofascismo de Vox, la guerra entre ellos, la centralidad de Ciudadanos, el mantra progre del Psoe, la nueva izquierda de Podemos o la insurgencia secesionista?
No mucho más que poses, marcas comerciales, eslóganes de fidelización clientelar, mercadotecnia, artimañas para colarse y recolocarse, en ese trasvase continuo, o trasiego más bien, pues la cosa parece obra de un bodeguero –“¡chachachá, toma chocolate, paga lo que debes!”– con tal de seguir arramblando con el presupuesto y forjar la nueva utopía del paniagüismo universal. 
Solo que ahora con más efectos especiales, lenguaje reciclado, más puesta en escena y mucho retoque para hacer creíble lo inverosímil, y no verosímil lo increíble, que era lo imperante cuando esto empezó. 
Solo hay que ver las promesas, cada vez más adaptadas a ese objetivo. A ninguno se le ocurre prometer la lluvia, que es lo que hace falta de verdad, sino plegarse a los vanos deseos que previamente se le han inoculado al pedigüeño creado ad hoc. Y así, las campañas electorales son como un mal guión, abierto, eso sí, al delirio del comprador. Solo que más cargadas de bombo. O mejor, de autobombo. O no estaríamos en campaña.

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