lunes, 11 de marzo de 2019

Inaugurator


Recientemente he levantado un gallinero con cuatro alpacas, unos palés y una lona y me ha quedado tan de dulce y acorde con otras obras del municipio, que he pensado que me lo inaugure el alcalde, o algún representante de la Junta, ahora que estamos en plena campaña y total, qué les cuesta poner un cintajo más y cortarlo, dedicándoles unas palabras a mis pitas, que por cierto sería todo un honor para ellas, pues les aseguro que nunca va a tener un público mejor.
 
Naturalmente, en las oficinas en que me presenté, me tomaron por un chalado, pero como el ‘no’ ya lo tenía, pues sin haber desarrollado ningún plan parcial, ni la urbanización previa de los cuatro metros cuadrados del sector, sin licitación y careciendo ni de proyecto, demasiado sabía yo lo difícil que iba a ser adjudicarme su presencia. Y eso que yo aportaba la navaja, la cinta y, si eso, la placa correspondiente con la inscripción “Este gallinero se inauguró a tal y tal siendo –aquí, la autoridad competente–…”, pues para eso me conozco yo un lapidario que ni el Buonarroti. Pero que si quieres arroz, Catalina. Catalina es mi gallina preferida.
No obstante, si creían que me iba a arredrar, iban listos. “Aunque sea algo simbólico, la primera piedra, quiero decir la primera alpaca”, rogué, que es lo que tocaba. Y nada. La agenda de inauguraciones era tal que estaban pensando en buscar dobles con un brazo ortopédico para no agotarse de tanto tijeretazo. Por la mañana inauguraban una merienda, luego una partida de truque, un árbol con veinte años, una máquina expendedora de profilácticos, y ¡una bocacalle!  
Les garanticé que lo mío sería menos peligroso que todo eso, que los palés estaban apuntalados y con la estampica de San Antón. Y nada. Y me irrité, vaya, recordándoles que hacía nada habían inaugurado la casuta de un perro en otra parcela, porque, claro, sería del partido, el dueño quiero decir, porque el perro sé de buena tinta que es medio lulú.
Ahí creo que los pillé y entonces me ofrecieron, no sé, si fue al concejal o al delegado de medio ambiente como sustitutos de sus ilustrísimas, pero yo por ahí no paso, no vaya a ser que dejen de poner las gallinas. Por si acaso también renuncié de antemano al de movilidad. Y por supuesto, a las concejalas. No es por nada, es que el gallo no está para bromas. 
Me puse tan pesado que, por buenas composturas, el tío que apuntaba las peticiones hizo como que registraba la agenda y me garantizó que, aunque imposible, me juró, o prometió, no sé, que el día antes de las elecciones, si era menester, me inauguraban lo mío. Y así quedamos. Y estoy que no quepo, porque ese día pongo el huevo. Quiero decir mis gallinas.

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