viernes, 15 de marzo de 2019

Cinematontunas: Vive como quieras; muere como puedas


Fue, quizá, el único actor que murió de viejo a los 50. De modo que pese a morir casi eso que se dice, “joven”, no dejó precisamente un bonito cadáver.
Era de Tasmania, y uno de los pocos diablos de dos patas que ha debido dar la isla, a razón de cómo lo calificaba ya su madre desde su más tierna época en pantalón corto, y su hiperactividad llegó a ser tan pronunciada que aunque solo sea como mito del pasar por este mundo con exceso de vitalidad, su estela todavía no se ha esfumado.
Si bien la estrella de Errol Flynn se había roto ya no mucho después de su juventud, en plena edad de Cristo, hacia los primeros 40 del pasado siglo, en pleno infierno matrimonial; o quizá cuando no lo admitieron para el servicio en armas en la IIª G.M. por estar, a los 32 años, físicamente decrépito. Lo cual dicen que le alteró, haciéndole mella, pues Errol pasaba por ser también un hombre comprometido con algunas causas equiparables a eso que llaman ideología. Así, por ejemplo, y no sin cierta curiosidad morbosa, se dejó caer, en compañía de un médico amigo, por España, y con un carné agenciado como corresponsal, en plena guerra civil, en el 38, más concretamente por Albacete, a visitar el sitio donde había más de un paisano suyo sirviendo en las Brigadas Internacionales y donde hasta se dice que hizo su conquistilla del terruño, una tal Estrella.
El caso es que su rechazo del ejército iba a ser el punto de inflexión de su imagen, su carrera y la aceptación del público, ya que si hasta ese momento éste le había perdonado todos sus incontables desmanes, ahí mismo lo tiró del capitel de sus preferencias, simplemente por no poder servir a la madre patria en apuros cuando más necesitaba a quien, tanto fuera como dentro de la pantalla, personalizaba la intrepidez arrebatadora y con garantías de victoria más absoluta, y precisamente con quien no se podía contar para ganar la guerra. Lo cual era imperdonable.
Errol, Nora Eddington, su segunda mujer, Rita Hayworth 
y Orson Welles, en la celebración  de algo, seguramente 
de Rita, cuchillo en mano.
Y es que la carrera de Errol Flynn con las drogas de muy variada extracción, el alcohol y hasta los viagras de la época (amén de otros excesos), todo ello tomado en coctelera como dudo que cualquier otro chalado se atreviera a probar, había comenzado mucho antes que la de Hollywood. Y el añadir a la mezcla el matrimonio no fue sin duda una de sus mejores ideas. Y no solo por el nombre (y sobrenombres) de la dama en cuestión, ya que, junto a ella, y con lo que darían que hablar (y que redactar), salían a bombazo semanal, como quien dice.
Su partener de aventuras al dar el sí quiero resultó ser la francesa cinco años mayor –algo no muy difícil, dado que Errol tenía solo 26–, Lili Damita, la políglota, y no solo lingüísticamente, o Lili la Tigresa (después sería también Lili Dinamita), como la presentó la Metro en su debú en 1928 en las Américas, para lo cual seguramente no le vendría mal su matrimonio europeo a los 21 en 1925 con el húngaro Manó Kertész, que después sería Michael Curtiz, que iba a ser el gran introductor de Errol en el cine, y como buen (o malo, ni se sabe) amigo, en el matrimonio, por lo visto. Si bien ella en sí misma era toda una bomba en varios sentidos. Y claro, poco después, él (con la inestimable colaboración de muchas otras y otras cosas) estaba ya para el arrastre, y a los cinco años, en 1942, lo dejaron, pero sobre todo a él, que además de ser una ruina física en ciernes, quedó en la ruina total financiera, hasta el punto de tener que huir con su yate a alta mar en más de una ocasión, para esconderse de sus acreedores.
A partir de ahí, el declive fue imparable y su vida, como ida inclemente por una espita, una larga y tortuosa carrera cuesta atrás y sin frenos hacia la nada, cosa que descubrió en el diván de un aeropuerto mientras esperaba desfallecido a tomar un avión. Siempre el riesgo. Y es que cada cual muere como puede. Solo que él siempre había vivido como había querido. Que es lo difícil. Aunque sea para mal.

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