viernes, 12 de abril de 2019

El cagódromo


El alcalde de Estella (Lizarra para él, bildutarra) acaba de declarar la plaza de toros pipicán oficial, que en cristiano y yendo las aguas a mayores, es cagadero de perros. Decisión que, en principio, no parece mala. 
Los perros, en este mondo cane, han devenido báculo social, moral y hasta físico, mientras que el toro ha quedado apenas en muletilla para maletillas eméritos del arca identitaria perdida. Y si no está claro si es mejor que el albero se vea sembrado de amapolas de mierda que de sangre, no cabe duda que el uso canino es más participativo y hasta interactivo, pues el respetable, instalado al fin todo él en el tendido bajo, podrá jalear mejor las faenas, todas sin duda de aliño –“¡ole esas cagarrutas bien puestas!”, “¡arrímate más, jindama, que no muerde!”, “¡esa meada, muy alta!”, “¡menos tablas y más a los tercios!”, “¡a ver ese mastín pasao de peso, que no van a poder con él las mulillas!”, “¡a que bajo y le pego al dálmata media verónica!”–.
Amén de ayudar a las mujeres, que vienen pisando fuerte (bueno, menos las que padezcan fascitis plantar) con su revolución Me Too –las revoluciones, que están sobrevaloradas–, que eleva al perro a relevo de humanos como sujeto de las relaciones sociales, al pasar de objeto vicario a paseador real del paseante (y no a la inversa como tanta gente cree), lo cual convierte al sujeto tomador en el vicario real del hogar disfrutador del animal (con perdón), y todo lo más en ladrador, pero ya lejos, muy lejos de su condición, en extinción, de mordedor. 
Perro racista, y analfabeto, y con gafas para leer.
Y para gente sola, pero sola de verdad, sin moñas ni cuentos,  es que lo son todo, sencillamente, y aquí entramos ya directamente en la cuestión del estatus social, porque es que no tiene nada que ver, no hay color con un gato, tan arisco, pérfido e hirsuto, más para raros, frikis o tontinas, o un loro, que contesta más que un hijo. El perro es Dios y las demás mascotas, incluido el hombre, sus profetas. 
Además, y con el tema que nos ocupa (y desocupa, aprovechando ya), es que, si a los toros se puede ir una vez al año, al chucho hay que sacarlo a hacer sus necesidades todos los días. Y eso socializa un montón –recuérdese: picha española no mea sola, se decía en tiempos, qué tiempos–. Mira si no el botellón. Eso, además de dejar al fin a los gamperros sin excusas para manchar la calle. 
Pues bien. Aun así, la medida ha tenido sus adversarios. Lo cual quizá le otorgue todavía un mayor futuro, pues como bien decía el maestro Muguerza, muerto anteayer (que no desaparecido, como se dice) para desgracia de animales y perros, el disenso es aún más importante que el consenso. Y el objeto que el sujeto, diría yo.

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