miércoles, 31 de marzo de 2021

El sepulcro

 Para mí que estamos viviendo eso que llaman una distopía, o sea una antiutopía, lo contrario del reino de los cielos pero con chorizos (eso, siempre) y cachondeo del fino –el de ahora es un poco macabro–; o sea, un infierno pero con matices (aire acondicionado, satisfyer, almax, etc). O, si quieren, el purgatorio selectivo de siempre pero en tercer grado. 
Nada del otro mundo, sino de este. Una distopía digamos light, pero cuyo ingrediente principal es, para no variar, la represión, cuyo brazo armado sigue siendo la poli de toda la vida, pero que gracias a la impagable –que es un decir, porque les pagan– contribución de eso llamado profesiones terapéuticas –psicólogos, sanitarios, comunicadores, consultores científicos, contertulios y masajistas cerebrales varios–, se ha conformado un estado policial de baja intensidad, difuso, más sutil, edulcorado y guai, que suma más gente complaciente con el mismo que nunca y que es el ambiente ideal para que el poder haga lo que se le ponga con suma facilidad.
Lacan
, Eco, Foucault, se lo pasarían en grande observando in situ todo aquello que anunciaron hace 50 años y por lo que fueron tratados como posesos desquiciados. 
Pero el que pediría derechos de autor sería Bentham, cuyo esqueleto vestido se exhibe en una vitrina del University College de Londres, quien, bajo el lema de “la mayor felicidad para el mayor número” inventó el Panóptico, ese edificio traslúcido tan imitado después y bajo cuyo concepto funciona la sociedad misma, en el que desde una torre central se vigila a todos sus ocupantes, sin que estos (o sea, nosotros) sepamos cómo; una mirada que, por si acaso, nos lleva a interiorizar el control y acabar vigilándonos a nosotros mismos. 
El efecto Gran Hermano que los grandes primos de hoy vivimos. Y de una forma rara. 
Si se piensa, la salud ya no es lo primero, pues la sanidad (que no era para tanto) ha muerto, y cada cual convive y apechuga con sus achaques y no pasa nada. Ni el dinero, que ni sirve al que lo acumula, ni al que le falta le impide seguir. Ni el amor, bien sustituible donde los haya. 
Que lo único era vivir. Y es lo que no nos dejan. 


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