jueves, 2 de septiembre de 2021

Aguas

 Decía Benjamin E. Mays, el cerebro de los derechos civiles en USA, que todo el mundo ha nacido para hacer algo único y especial, y si ellas o ellos no lo hacen, nunca será hecho. 

De modo que se equivocan quienes piensan que los políticos están de más o solo son un eslabón (gordo) de la cadena alimenticia, como una rata o un alacrán. Y si algunos tardan en despuntar una misión, la tienen, más allá de poses y zalás, como Page cuando se pone la zamarra de Protección Civil, con perifollos y farfulla, para ser un boy scout más en los lodazales de Toledo, algo a lo que, al fin y al cabo, es lo suyo, por estar ya hecho al fango y alcantarillas, tras tantos años de zamarreo toledano. 

Eso es algo anecdótico. Como sus desencuentros con enseñantes, o con muchos ciudadanos en otros asuntos y ocasiones, o con provincias enteras, como esta, por culpa, dicen, del covid, cuya gestión (y otras) se le atragantan. Qué va. Todo eso son menudencias. 

Page debe de estar, a estas alturas, designado para más altas misiones, pero bastante más, muchas todavía incógnitas, aunque alguna se vislumbra ya en el horizonte. Así una, y de altura probada, a juzgar por todo lo invertido ya en el aparataje de teledetección y satélites –esos, no faltan–, drones (y hasta cadrones, –que tampoco–) para controlar las aguas, sobre todo las del vecino, con el fotografiado exhaustivo de balsas, pantanos, colectores, acequias y hasta regueras del país lindero sureño, para demostrar su abusadora abundancia y emparentarla con nuestra trémula escasez. Eso es una misión, y lo demás son tonterías. 

Y de envidia cochina, nada. Esa es otra falsa apreciación del vulgo sobre los políticos de altura como este, seres desprendidos y angelicales, aunque mortales, y menos mal para ellos, pues llevar tanta aura toda una eternidad debe de ser un tostón. Ni siquiera puede calificarse tal empeño como una manía del agua, que sí, les gusta hasta (o sobre todo) en cubitos, como a pingüinos. 

Pero no es el caso. Simplemente se trata de llevar agua –¿más agua?– al molino de ese mantra victimista y criminal por lo fratricida de ‘Murcia nos roba’, que es el eslogan adoptado aquí, aunque no se enuncie verbalmente, con el agua y su penuria, como gran caballo de batalla identitario de la construcción de otra región ficticia, en torno a cuyas medias verdades, y de otras similares en el resto de España, gira desde hace décadas la propaganda demagógica como puntales de un país amenazado por la ruina, y que es la cama caliente ideal para la semilla del sectarismo y otros ismos no menos mortales. 

Pero, como es notorio, también lo mejor para la supervivencia de estos angelitos que solo piensan en nuestro bien y cada día nos acercan más a la felicidad definitiva.  

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