jueves, 31 de marzo de 2022

Filosofando

 Yo no sé si la desaparición de la filosofía de la ESO es una buena o mala noticia.

Francamente, y sin que sirva de precedente, a mí me preocuparía mucho tener un hijo de trece años que le diera más a Descartes que a la mano. Bueno, y si es a Heidegger, es que se lo haría mirar, como el niño en esa de Woody Allen que le repite al médico una y otra vez que el universo se expande. 

Seamos claros; no es que en una sociedad tan infantilizada como esta haya que sobreproteger al niño, también del estudio de la filosofía, como se podría deducir de la decisión ministerial, pero es verdad que a ciertas edades las neuronas están reñidas con las hormonas. No es país para críos, la filosofía. Quizá por eso lo sesudo, sin equis, se dejó siempre para después, como preámbulo irremediable de la enseñanza superior. Y ni aun así. 


Al final, solo se le arrimaban moñas, raros y mujeres. Los demás estaban ya viciados por la programación “normal”, “útil”, “instrumental”, frente a una asignatura quijotesca que, como la poesía o el ajedrez –que también podrían serlo, al menos optativas–, preparan para la locura y sinrazón que también –y quizá en más proporción– es la vida. De ahí que en esas materias sea tan importante el profesor, alguien que te conecte con esos agujeros negros tan esenciales para la existencia, y que en una enseñanza burocratizada resulta tan difícil. Y que es por lo que se opta, en su lugar, por la educación en valores en esas edades. 

Los valores, ya se sabe, son la base del mercado, y es bueno que desde una tierna edad los niños se familiaricen con el Ibex. O tal vez peor, ya que la educación cívica, eso referido a los valores como en mis tiempos era la FEN (Formación del Espíritu Nacional) lo único que busca, bajo la denominación de origen de buenos ciudadanos es individuos con buenos reflejos condicionados para lo que se espera de ellos en una sociedad y momentos determinados, sea la guerra, el imperio, el consumo, el pasar, el buenismo como deporte o el pajillerismo mental universal. 

Todo aquello para lo que, por un casual, más preparada está la enseñanza. Y todo aquello para lo que la filosofía precisamente nunca estará preparada.

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