A un régimen totalitario se le conoce cuando los medios de prensa disminuyen y hacen las veces de cornetines de órdenes del gobierno. Y a un régimen democrático enfermo cuando los medios proliferan y pretenden llevar a golpe de pito al gobierno (o a la oposición, por serlo potencial).
Es como cuando quien tiene la llave de la alcancía cae en cama y acuden presto todo tipo de recetones con las pócimas milagreras de rigor (antes del mortis), esa prole azufrada que suele asimilarse al sobrinaje testaferro del averno que invoca lo telúrico y sacrosanto con tal de seguir pillando cacho. Aunque yo discreparía de tal símil por sentir a los medios más equiparables, en esto de la política, con las suegras que con esa parentela de Satán, aunque al fin y al cabo todos caterva del demonio.No
obstante la apreciación y en virtud de que no hay listo sin tonto, algo debe de
haber que justifique que nuestros media hayan devenido las grandes suegras de
nuestra purulenta, sifilítica democracia, y que no debe ser sólo que los
partidos gobernables (tómese en su doble acepción) sean así de manirrotos,
desastrados, destalentados y con ese desarreglo similar a esa pareja
arquetípica unidad familiar marca de la casa que, por trabajar ambos (por
liberarse o por no llegar con un sueldo) tiran de veta cada uno por su lado, se
lo echan todo encima, venga presumir y todo son derechos, y el frigorífico con
dos yogures pasados y los chiquillos descalzos. El paraíso soñado por una
suegra con programa, que en estos casos trágicos y acuciantes suelen llegar de
dos en dos. Una por bando. Entonces es cuando casi todo está perdido, y al
enfermo sólo le queda la extremaunción. ¡Un cura! ¡Aahhh!
La
cuestión del papeo tampoco es baladí. Si es un hecho consumado que la política
ha acabado como refugio para quienes no encuentran mejor acomodo en el mundo
real o, peor todavía, los que no piensan en otro, en los medios de comunicación
sobrevive (esa es la palabra) un ejército de mileuristas, con suerte, y sujetos
por ese magro pero escurridizo lazo a empresas que chalanean gracias y favores
bajo el pomposo epígrafe de la información como servicio público, ven
hipotecada cualquier actividad real de fiscalización de la política, que dicen
es en lo que consiste el cuarto poder, quedando situados o sitiados entre los
contubernios expresos o implícitos de los barandas públicos y privados, en una
dependencia que no en la independencia tan proclamada y fementida.
La interpenetración de políticos y periodismo (póntelo, pónselo) ha asentado definitivamente la confusión de los campos en que se mueven los currantes, que acaban por atender directamente los requerimientos de aquéllos, por si son los jefes, o al revés. Los medios se han metido hasta la cocina, cacharrean, pasan la fregona, hacen las camas y otras faenas, y como esos suegros del anuncio, un día se presentan en las instituciones con el colchón en la mochila diciendo que van a hacer vida en ellas y poner su razón social. Poniendo, eso sí, su ejército auxiliar (eufemismo del mercenariado barato que cruza necesitado las líneas pallá y pacá como si nada) a disposición de la democracia, pretendiendo aviarla diciendo metiches a los yernos (partidos) cómo hay que criar a los hijos, en qué invertir, si los salmonetes están revenidos o con quién hablar.
Ese
afán de manejarles la casa, redactarles el programa y hacerse con ellos como
asesores en todo, si bien se justifica en que cualquier empresa multimedia
tiene más enterados, más intendencia y más nivel que cualquier partido (con
poco), no los legitima para pervertir el sistema a base de medrar en éste como
hidras y en virtud de ese espacio vital (lebensraun decían los nazis) que
necesitan más y más, pasar de ser el factor de equilibrio entre la gente y el
poder, a solaparse con el mismo difuminando sus distintos compartimentos que
conviertenla en un batiburrillo confuso.
La consecuencia más lógica es que la gente se aleja cada vez más y a la vez de
lo político como de información (que o no existe o es pura política), y no será
por casualidad, viendo que todo se circunscribe a la cuenta de resultados, y
cuanto más revuelta la cosa, mejor.
No
está mal, entonces, por estas fechas preguntarse sobre el tutelaje de una
democracia que aquí ha sido más posible desvirtuar gracias a la multiplicación
institucional y de su publicidad, que ha establecido un régimen modular (que es
como se miden los anuncios), aunque los gobiernos de turno mantengan el
principal medio: el BOE. De momento. Porque si el matrimonio siempre ha hecho
extraños compañeros de cama, y ningún periodista se sorprende ya de encontrarse
entre las sábanas a un político o viceversa, y aunque sea normal hoy día hacer
declaración de bienes para casarse, lo que sí que parece ya un tanto escabroso
es acabar tomando en la cama el desayuno con la suegra. Eso, más que una
democracia postmoderna, es un pitorreo. Por muy constitucional que sea.
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