jueves, 9 de mayo de 2024

Abstención

 

Que el mundo funciona al revés es un hecho archisabido. Votar, por ejemplo, es una actividad, sea de riesgo o rentable -hay incluso quien cobra por ello-, que estudian los sociólogos, mientras que la abstención la llevan más bien los politólogos, los psicólogos o incluso los criminólogos, por esa connotación negativa que se le endiña a una opción que es tratada por el negocio político como presuntamente antisocial. (Ojo. Lo que estoy escribiendo es puro fango). 

No es raro por todo ello que donde más la haya sea en Cataluña. Allí, desde el inicio de las hostilidades con las urnas, al menos un tercio de ínclitos no vota. Los enterados de un lado u otro argumentan según les llenen el pico, que unas veces se abstienen los indepes (como dicen que toca ahora) y otras los demás. 

Pero hay algo que no dicen, y es que allí el bloquismo no ha llegado a cuajar, por mucha polarización y sectarismo que le hayan echado unos y otros, y, entre que no hay una opción españolista unida ni decente -y una mentalidad muy extendida de que lo español es de derechas-, el rechazo al secesionismo casero, y como la única salida (en falso) es el centro izquierda criptonacionalista del PSC, una parte importante de la ganadería se va a meter su voto (o lo que sea) en la playa. 

Lo cual ha generado algo que, si bien es objeto de estudio, no sale mucho en los telediarios, que es el síndrome del millón, que son los votos que se suelen perder allí -entre otras muchas millonadas- cuando el elector, en cavilación constante por el frenesí imprimido por un aparato electoral siempre al cien por cien, acaba abstenio perdido. Y no (solo) por ser fanáticamente neutral, como pueda serlo yo a las elecciones, al identificarlas con un muladar en plena efervescencia, sino por no encontrar una salida real al pifostio montado y mantenido para ser exprimido eternamente por sus rentistas de acá y de allá. 

Síndrome que, por cierto, se va extendiendo por el estado a razón de la ausencia de alternativas a los bloques, esa política criminal de fidelización clientelar para la explotación de los recursos humanos y lo que haga falta para que todo siga igual. O peor.

 

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