martes, 30 de septiembre de 2025

Sobraos

 

Veo por ahí que la generación Z, o sea los veinteañeros, no tienen esperanza, que es esa cosa que, además de solamente saber bailar chachachá (pues son más tiempos de bachata), hoy es que ni se digna hacer un cameo en su propia película, la de la vida recién echada a rodar a esa edad, cuyo guion lleva, o llevaba, siempre su firma. Ya no.

 Ahora priman más la fe y la caridad. La fe para soportar la nada y la caridad para comer(se, antes, el mundo, y ahora lo que te echen). A la ‘espe’, ni se le espera. Ya no hay nuevos mundos, y lo viejo ya no es barrido por lo nuevo; simplemente el pasado se ha quedado a vivir con el futuro, y lo muerto con lo recién nacido, en un entorno espectral donde todo es obsoleto por deja vú, por reciclado, y apenas distinguibles lo clásico de lo moderno, éste y lo antiguo se han vuelto equiparables, en una reposición permanente, un versionado del pretérito, que más que una secuela parece una precuela del ayer, a razón de cómo se repite la historia, pero con raíces recién brotadas que explican más el pasado que el hoy, y menos, el futuro, haciendo del devenir un día de la marmota a la inversa. 

De modo que, la generación que más difícil tiene sobre el papel emanciparse, paradójicamente, es el gran paradigma de las nuevas clases a emancipar, y es lo único que estará obligada a hacer, sí o sí, pero no de los padres, o del capitalismo. No. Tendrán que hacer la gran revolución, la que toda generación ha tenido que hacer, pero ellos sin remedio, pues tendrán que emanciparse de ellos, de su juventud. 

No les queda otra, porque ese es su único capital, sin valor ni de uso ni de cambio, y aun así tendrán que regalarlo, a fondo perdido, desprenderse de sí mismos a sabiendas de que, después de ellos, quizá ya no haya nada, salvo máquinas y mala hostia. Y todo, porque sobran. 

Como tantos otros, pues casi todos sobramos ya, en un mundo de sobraos. Si alguna vez pensé que la pega de los nuevos jóvenes era una vida sin horas, sobraos de tiempo y faltos de reloj, ahora veo que es su percepción de llegar tarde cuando no ha empezado a andar el minutero, lo que los mata. Sin darse cuenta de que disponen del reloj.

jueves, 25 de septiembre de 2025

De compras


Es ley universal del consumo que el aspirante a un palacio se tenga que comprar un casoplón, el que quiera una vivienda PPO, un apartamento, quien apunte a eso una grillera, y el que sueñe con una grillera se acabe conformando con la casuta de un perro. El consumo es descendente, desde la cúpula del deseo hasta la realidad más vil, como bien saben los vendesueños, políticos incluidos, y clave para entender por qué se promueven las bicicletas mientras no hay un piso para jóvenes. Ni siquiera jóvenas. 

Y no es que el consumo o la mujer estén sobrevalorados, que también. Los jóvenes, ni eso, lo cual es una auténtica revolución (o involución), pareciéndose esto cada vez más a Friends, amigos para siempre, tralalá. 

Y es que el poder lleva un tiempo recreado en cebar una ideología surgida tras la crisis, y el 15-M, que le vino de perlas, por anacoreta, franciscana, pero de Francisco alegre y olé, por frank(icapr)ista -Vive como quieras, no te hagas rico, que es peor, y ole tus huevos-, tan conformista y reaccionaria que cada día más se apunta, qué remedio, a que, para ser feliz, ya no hay que ser libre -ese mito suicida, pero sin el cual no habríamos llegado hasta aquí-, sino solo pobre. 

Y que la sibilina propaganda subliminal de hoy apoya eucarísticamente: ni coches, ni pisos, ni niños, ni empleo, ni problemas; vive como un colega hasta los setenta, y después ya veremos (en la UCI, porque de residencias olvidaos, lo cual es un avance, la verdad). 

Y el paradigma de todo esto está en la feminización de la publicidad y del consumo, y su extensión a los colectivos paralelos (y lelas) de inmigrantes, jóvenes, marginados y, sobre todo, menores, que es adonde toda mercancía que se precie se remite. 

Y no hay gasto más gozoso que el hecho a través de los hijos, renunciando (en la feria vicaria) a unas gambas para montarlos en el tiovivo, y pasándose al consumo barato (gran indicador de la pobreza creciente) del caña, perro y patinete. Es el nuevo mundo, el que ha de hacer equilibrios entre virtudes ricas y vicios pobres y que, según la tele, nos hemos dado, elegido incluso. Que no comprado, que sería lo suyo. Aunque sea una mierda.

miércoles, 17 de septiembre de 2025

Zozobra

 

En el mismo instante en que TVE transmitía en directo un motín pro palestino contra la vuelta ciclista, otra televisión socialista, la de Page, nos expedía sin rubor alguno una peli ensalzatoria de los héroes judíos que hicieron posible el estado de Israel rodeados de horribles malos por todas partes -adivinen; sí, los del pañuelito-. 

A este tipo de surrealismo, en economía se le llama diversificación de la oferta; un jueguecito que al Psoe se le da de muerte (siempre que sean ellos la empresa), como es comprobable al verlos declararse anti globalistas, pero practicando políticas neoliberales, o mismamente al vender por cuatro rupias a los saharauis, pero mandando levantar barricadas (electorales) pro palestinas, mientras compra petróleo ruso al por mayor y llama a participar en movidas aéreas a favor de Polonia. 

Todo, tan típico de ellos, que ya se sabe que disponen de (muy) amplios principios. Pero también tan europeo, con ese corazón partío por tantas cosas de que adolecemos. Así, el otro día un político alemán lloraba a lágrima viva en un acto recordatorio del Holocausto. Pero es que ese país lleva financiando a Israel desde 1945 por daños históricos, y a la vez a los palestinos, por mala conciencia por perjudicarlos con tal financiación. 

Y es que no hay psiquiatras bastantes para dar abasto a Europa. Y todo se va en palabrería. Los pecados y las penitencias. Y todo, por practicar demasiado el olvido, esa corrección interesada. Y nadie se acuerda de Clausewitz. De resultas, nadie sabe si estamos en la política o en esta por otros medios. O sea, la guerra. Y a la espera de que eso lo definan otros, se juega a todo (y a nada), y a hablar, hablar. A practicar lenguajes, pues ahora todo lo es, y relato, y discurso. 

Y a dejarse llevar sin más en el río de una economía, la verdadera guerra, a la quiebra, como un viejo rico impotente, morigerado y obsequioso condenado a pagar su propio empotramiento. Son las señales de haber olvidado hasta la propia inteligencia, como aquella advertencia de Wittgenstein: las palabras están vacías frente a la plenitud de las cosas. En esas condiciones, qué esperar de unos, o de otros.

miércoles, 10 de septiembre de 2025

Qué hacer

 

Pablito Iglesias nos lo ha puesto a huevo una vez más para sacarle las corás, al saberse que lleva a sus niños a un colegio privado, y lo de rojo señorito ha sido lo más bonico que le han dicho. 

Yo, como no quiero pensar mal (y así me va, que nunca acierto con él), aún abrigo esperanzas de sus decisiones más trascendentes, pues yo no me baso en chuminadas como los criterios para elegir la educación de la prole para juzgar a un líder revolucionario; yo me fijo en su práxis y en su ortodoxia -sin querer decir que se haya hecho de la escuela cirílica, siendo él más de la chiita-, y supongo que todo lo hace para inculcar en sus vástagos esa actitud audaz tan suya de infiltrarse en la burguesía -arrimando, para empezar, sus cachorros a los de la clase dominante, lo que se dice un buen comienzo- para reventarla desde dentro, ya que desde fuera solo consigues hacerte del Atleti, ecologista por horas, o, a todo tirar, subirte a una flotilla rumbo a Gaza. 

Y, como es más coherente que la gelatina, ha empezado por la educación, que es donde ya se adquieren unas relaciones, un trato y un conocimiento, en este caso, de la clase a expropiar y a derrocar. Para verlos venir. Como debe ser. Y si sus retoños son tan espabilados como él, sabrán darle la vuelta a la tortilla, coherentemente también. Aunque, si siguen ese camino y se la dan, siempre corren el riesgo de acabar de pobres de solemnidad. Vamos, como si hubieran estudiado en Usera. 

Así pues, he de admitir que en la decisión sobrevuela la típica contradicción marxista. Por un lado, y como ha estudiado ciencias políticas, que puede que sean las menos políticas de todas las ciencias, con su gesto sigue a los grandes líderes revolucionarios, todos salidos de colegios bien, menos Stalin, que fue a un seminario, mejor me lo pones. Pero tampoco es eso, pues ahora prima más lo laico. Hasta ahí, vale pues. 

Pero qué ejemplo va a dar a los pobres padres, un suponer, de Albacete, que tienen que conciliar la Feria con la vuelta al cole y el trabajo. Es que no tiene abuela, el tío. Ni los de aquí, luego a luego, porque es que se la van a cargar con tal de conciliar. Bueno, y de otras cosas.

 

domingo, 7 de septiembre de 2025

Con faldas y a la Feria (2005)

 

Las madres de antes no iban a la Feria. Por aquel entonces, la fiesta aún no era obligatoria, sino más bien la parte de alboroque a pagar como contrapartida del haz y sustancia ferial que era el intercambio, que una vez satisfecho con dinero y enseres contagiaba su esencia mercantil al resto de los materiales con cuya liquidez el hombre saliva fluidos, vino, llanto, y se dirige hacia la felicidad redondeando con este envés de la moneda el óbolo perfecto para trasponer sin temor la frontera del solaz, algo que las mujeres, quizás con buen criterio, buscaban de puertas para adentro, considerando demasiado extramuros los gozos que con demasiadas sombras se servían fuera, en el patio de Monipodio en que la vida alegre se iba abriendo paso entre la desdicha.

jueves, 4 de septiembre de 2025

El anodinato


Debido a esa percepción tontiloca tan humana del mundo, somos dados a creer que mientras en invierno pasan las cosas, en verano solo pasa el verano, que por cierto es esa época en que sube la temperatura, la luz, el azúcar, el colesterol, el alquiler o los golpes de estado. O los incendios, naves en llamas que creemos más allá de Orión, que diría el androide de Blade Runner, pero que están a esto de tu entrepierna, esa otra canícula. 

O lo del rifirrafe obispal de Vox. O la enajenación de Sánchez, mismamente. Dos serpientes de verano, dos, cuya factura puede llegar a ser más abultada que la taleguilla de un torero. 

Así, lo de Vox, ese desmarque, así, a lo belitre, de la iglesia, puede ser la lanzadera que le permita huir de sus raíces meapilas y conectarse a un espacio cuya única religión, como sus colegas europeos, sea instaurar un régimen cuyo espíritu tenga de santa paloma lo que yo de dorapíldoras. 

O, siendo más gráfico, está a dos avemarías de ser una propuesta civil adaptada al caiga quien caiga que ya fluye en la época, y que encuentra un gran colaborador tanto en la derecha, confusa, amorfa y harta de sopas, como en la izquierda, cuyas propuestas ya no interesan a casi nadie por estar más que amortizadas, y que le sigue el juego en una guerra cultural perdida de antemano. 

Y no hablemos de Sánchez, que cada vez que sale les regala miles de apoyos, y aún más si no sale, como este verano en que ha acabado realmente enajenado, o sea, ajeno de sí, fuera de sí, fuera de plano, y, bueno, fuera de todo, ya que, de hecho, estaba fuera, y aprovechando que los incendios pasaban por ahí, por la época, se ha hecho un cameo a lo Hitchcock, disfrazado de presidente. 

Y es que, de tanto estar que te sales, que lo petas, al final, lo petas y te sales. Hasta de ti mismo. Y te conviertes en otro, te alienas, te mindundizas, eres tu octavo pasajero. Es lo que pasa cuando te empeñas en ser lo que ya no eres, pues eres cualquier otra cosa: un mena, un glovero, un cuentacuentos, un orate, un domador de ovejas… El problema es qué hacer entonces con tantos asesores. Es lo que tiene caer en el anonimato. O peor aún, en el anodinato.