Veo por ahí que la generación Z, o sea los veinteañeros, no tienen esperanza, que es esa cosa que, además de solamente saber bailar chachachá (pues son más tiempos de bachata), hoy es que ni se digna hacer un cameo en su propia película, la de la vida recién echada a rodar a esa edad, cuyo guion lleva, o llevaba, siempre su firma. Ya no.
Ahora priman más la fe y la caridad. La fe para soportar la nada y la caridad para comer(se, antes, el mundo, y ahora lo que te echen). A la ‘espe’, ni se le espera. Ya no hay nuevos mundos, y lo viejo ya no es barrido por lo nuevo; simplemente el pasado se ha quedado a vivir con el futuro, y lo muerto con lo recién nacido, en un entorno espectral donde todo es obsoleto por deja vú, por reciclado, y apenas distinguibles lo clásico de lo moderno, éste y lo antiguo se han vuelto equiparables, en una reposición permanente, un versionado del pretérito, que más que una secuela parece una precuela del ayer, a razón de cómo se repite la historia, pero con raíces recién brotadas que explican más el pasado que el hoy, y menos, el futuro, haciendo del devenir un día de la marmota a la inversa.
De modo que, la generación que más difícil tiene sobre el papel emanciparse, paradójicamente, es el gran paradigma de las nuevas clases a emancipar, y es lo único que estará obligada a hacer, sí o sí, pero no de los padres, o del capitalismo. No. Tendrán que hacer la gran revolución, la que toda generación ha tenido que hacer, pero ellos sin remedio, pues tendrán que emanciparse de ellos, de su juventud.
No les queda otra, porque ese es su único capital, sin valor ni de uso ni de cambio, y aun así tendrán que regalarlo, a fondo perdido, desprenderse de sí mismos a sabiendas de que, después de ellos, quizá ya no haya nada, salvo máquinas y mala hostia. Y todo, porque sobran.
Como tantos otros, pues casi todos sobramos ya, en un mundo de sobraos. Si alguna
vez pensé que la pega de los nuevos jóvenes era una vida sin horas, sobraos de
tiempo y faltos de reloj, ahora veo que es su percepción de llegar tarde cuando
no ha empezado a andar el minutero, lo que los mata. Sin darse cuenta de que disponen del reloj.
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