En el mismo instante en que TVE transmitía en directo un motín pro palestino contra la vuelta ciclista, otra televisión socialista, la de Page, nos expedía sin rubor alguno una peli ensalzatoria de los héroes judíos que hicieron posible el estado de Israel rodeados de horribles malos por todas partes -adivinen; sí, los del pañuelito-.
A este tipo de surrealismo, en economía se le llama diversificación de la oferta; un jueguecito que al Psoe se le da de muerte (siempre que sean ellos la empresa), como es comprobable al verlos declararse anti globalistas, pero practicando políticas neoliberales, o mismamente al vender por cuatro rupias a los saharauis, pero mandando levantar barricadas (electorales) pro palestinas, mientras compra petróleo ruso al por mayor y llama a participar en movidas aéreas a favor de Polonia.
Todo, tan típico de ellos, que ya se sabe que disponen de (muy) amplios principios. Pero también tan europeo, con ese corazón partío por tantas cosas de que adolecemos. Así, el otro día un político alemán lloraba a lágrima viva en un acto recordatorio del Holocausto. Pero es que ese país lleva financiando a Israel desde 1945 por daños históricos, y a la vez a los palestinos, por mala conciencia por perjudicarlos con tal financiación.
Y es que no hay psiquiatras bastantes para dar abasto a Europa. Y todo se va en palabrería. Los pecados y las penitencias. Y todo, por practicar demasiado el olvido, esa corrección interesada. Y nadie se acuerda de Clausewitz. De resultas, nadie sabe si estamos en la política o en esta por otros medios. O sea, la guerra. Y a la espera de que eso lo definan otros, se juega a todo (y a nada), y a hablar, hablar. A practicar lenguajes, pues ahora todo lo es, y relato, y discurso.
Y a dejarse llevar sin más en el río de una economía, la
verdadera guerra, a la quiebra, como un viejo rico impotente, morigerado y
obsequioso condenado a pagar su propio empotramiento. Son las señales de haber
olvidado hasta la propia inteligencia, como aquella advertencia de
Wittgenstein: las palabras están vacías frente a la plenitud de las cosas. En
esas condiciones, qué esperar de unos, o de otros.
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