jueves, 3 de agosto de 2017

Extraños


España harta, ya lo creo. La cosa es cómo te tomes lo de ser español. Yo, más bien lo veo como algo que toca. La puta cigüeña, la educación sentimental, Antonio Molina, el ajiaceite, el reniego, el cierzo, los bollos de mosto, el despotrique, el me duele España, todo eso que echas de menos en cuanto te falta, que es como se aprende la identidad. 

Y lo llevo como una fatalidad, como ser calvo, como a una madre, qué remedio, pidiendo salud (y humor) para sufrirlo, asumiendo que nunca seré otra cosa (salvo que me ponga implantes), pues si no me emocionan las parafernalias cercanas, las lejanas es que me la plisan, y como el ladrón piensa que todos son de su condición, pienso que cualquier nacional, de donde sea, bastante tiene con lo suyo y ya va listo. 
Un lujo de opción, esta del objetor de conciencia de la patria, permitida por esta en última instancia como un contrato de mínimos de sus esencias, y no aspirar a otra, que otros cuyas esencias eran más dobles han tenido más difícil gestionar, sobre todo si arrastran la represión de una de ellas, siendo lógico que opten por esta como preferida. 
Aunque lo peor no es eso sino cómo se ha llegado a ese otro acto de coacción enmascarado como libre cual es el derecho a decidir hecho mística que, cual exorcismo, obliga a autosegregar lo español de cada uno y del corpus social en general. 
Se habla de xenofobia, incluso aporofobia. Se indagan fundamentos en la cultura del sé tú mismo y el individuo narcisista en búsqueda constante de sí. Pero el gran éxito de los ingenieros sociales del “procès” ha sido la operación de extrañamiento previa a esa inoculación, tanto de propios como de los “otros”, y de todos entre sí por la creciente de distancia, incomunicación, desencuentro, recelo, aislamiento y animadversión. 
Unos, confinados en el voluntarismo hermético de no querer ser algo (que muy probablemente seguirán siendo), y otros, inmóviles y neutros que a lo sumo se manifiestan tarde, mal y tibios, por interés alimenticio mayormente –y con la izquierda, que siempre hizo de diluyente de quimeras populistas, ahora también en esa vena sin saber qué hacer–. 
Así es cómo se ha prefigurado el enemigo a las puertas contra el que luchar, el tercero en discordia, el tan necesitado “opresor exterior”: el vecino. Es lo que tiene fabricarse un destino a la contra. El odio está servido como patria. Y ya veremos cómo acaba.

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