martes, 26 de septiembre de 2017

Conserva de libertad

La libertad, o el amor, puede que sean hoy lo más difícil de encontrar, sobre todo por quienes sólo han disfrutado de sus efectos (¿sin merecerlo?), o de sus falacias y sucedáneos (como el sexo), dándose por supuestos, como cosa hecha, presuntamente por vivir en ellos inmersos. Un espejismo de superabundancia que puede hurtar precisamente los trebejos de navegación necesarios para identificarlos y localizarlos, especialmente la libertad y a los más jóvenes, que por haber crecido en ella, dicen, como los melocotones en almíbar, en un baño maría de libertad, tienen muy difícil descubrir su carencia, y mucho menos agarrarla y afiliarse a ella como destino.
El peor error para salir de ese círculo vicioso es repetir a los habitantes más naturales de la rebeldía, los que aún tienen sangre en las venas, que, siendo la libertad lo más  valioso, lo que tienen es mucha, demasiada, que no saben disfrutar de lo que otros no tuvieron sino vigilada, escasa y cara, que se la dimos toda y que por libertinos, no saben aprovecharla ni apreciarla ni administrarla. Esa vil mentira. Nadie puede regalar lo que nunca tuvo o ya se le ha escapado. ¿Y cómo va a saber administrar algo quien no tiene miedo a su escasez, por creer haberlo disfrutado, y no ser tan bueno como decían? Cuando el miedo a la falta de libertad es lo único por lo que merece la pena preocuparse.
Cualquiera que no haya tenido que conquistar su propia libertad y emanciparse en cualquiera de las acepciones del liberado: manumitido, liberto, cimarrón o fugitivo, no sabe, no puede saber que eso es lo más grande. No importa que te llamen renegado, traidor, desafecto, esquivo, desagradecido o jeta; en cuanto alguien te enseña los grilletes, sean de oro, tela de la que arde o de seda y moqueta, hay que salir pitando. Y he ahí el problema. Porque, ¿cómo huir de la prisión del paraíso?

Dice Galdós en algún sitio que los temas de la libertad y la muerte son harto graves como para ser tratados en estilo de madrigal, pero si las preñadas no pegaran el trueno, si de nosotros dependiera, viviríamos para siempre en el líquido amniótico, allí donde se nos junta la vida con la muerte, adonde, ahora que vivimos, como decía Machado, entre una España que muere y otra España que bosteza, a la menor crisis, muchos aspiran a volver al feto materno, a refugiarse, para huir, sin darse cuenta de que ésa es la gran oportunidad que estaban esperando para conquistar al fin por sí mismos algo de libertad de la buena, aunque sea en conserva, y aunque sólo sea para luego pegarle fuego.

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