jueves, 19 de octubre de 2017

Cinicohipócritas

Para disimular que al mundo lo mueve lo peor del ser humano, la codicia, el odio, la soberbia –uno, siempre con el evangelio según Van Gaal, nunca positifo–, nos hemos inventado otras miserias vistas como menores, como el cinismo y la hipocresía, ese tándem ideal para una época de corrección y buenismo a ultranza que no permite ni un mal gesto, un exabrupto ni una palabra más alta que otra, para primar el enrevesamiento, la malicia, la doblez y la media verdad, o postverdad, que se decía antes a la mentira.
Tiempo de astutos (y estultos) que se hacen el loco para engañar y salirse con la suya a base de embaucar a la cabaña asentando certezas para poder obrar, no en razón a la verdad sino a lo previamente impuesto que justifique el crimen siguiente. Como la famosa deriva soberanista catalana, tan imprevista según todos, pese a lo anunciada continuamente a bombo y platillo, y por lo tanto vista venir durante años hasta por los televidentes. Por no hablar de esos empresas (en cuyos consejos de administración están todos los políticos) cuyos capitalistas eran los capitanes apostadores y paganos del procès y hoy son considerados héroes españoles de toda la vida solo por haber hecho un papel en una notaría –por cierto, ¿quién será la estrella del anuncio de las burbujas de Freixenet de este año, Soraya o Cospedal?–.
¿Y, siguiendo con el cinismo, porqué enchironar a los Jordis y a Trapero no? O, por seguir hablando de cuentos para ancianitas y niños de guardería, eso del independentismo asediante pero honesto, alevoso pero guay, agresivo pero tranquilo y tumultuario pero no violento (las masas, ¿pacíficas?). Y, del otro lado, toda esa novela negra del 155, como hecha a dúo entre Agatha y Hammett, que dan ganas de llamar a Marlowe para resolverlo (o a una línea caliente, que parece que alguno esté necesitado). Y es que cinismo e hipocresía están dejando el estado definitivamente hecho un maricomio de tontos contra hijos de puta, que yo no sé, cómo teniendo la tele no le encargan lo de Cataluña al Ministerio del tiempo.

Harvey Weinstein, la nueva bestia de Hollywood,
abrazado y besado por las bellas de turno.
Y eso, aquí, que solo hacemos pelis de poca monta. En la Meca del cine, que es donde nos educan en valores de verdad, ahora, con el nuevo puritanismo y la carrera del a ver quien denuncia más y mejor y a ver quien es más virgen y mártir, van y condenan el putiferio o, perdón, los abusos, que ahora se dice, no solo a las agresiones sexuales no consentidas sino también, a la vista de lo visto, a los intercambios cuando no venta descarada, o desculada, después de todo un siglo de sodomigomorrismo en el mundo de la farándula, el estilismo y el glamur, que no es sino la mera punta de todo el iceberg del trueque de favores (también sexuales, por supuesto) en ambos sexos que es la lucha por la vida en general, y la de la fama y el poder en particular, donde el sexo como moneda de cambio es de lo más normal. 
Y ahora todos (y todas), cogiéndosela con papel de fumar, escandalizados y desmemoriados de lo que fueron otros tiempos, para estar a la moda de lo que se lleva: la reconstrucción del himen y de la historia, la pseudoarqueología de uno mismo y la ingeniería de la percepción. Que digo yo, que si todos (y todas) somos ya tan puros, ¿porqué no legalizar de una puta vez la prostitución? Total, para cuatro que son…

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