lunes, 9 de octubre de 2017

Cinematontunas: El festín de Karen


A veces, el destino es puro sarcasmo. Y más, cuando te lo predices a ti mismo en forma de barrunto. Como es el caso de la película El festín de Babette, o, mejor dicho, del relato en el que se basa, dado que la cinta, en concreto, en absoluto trata de la broma fatal extraíble de la relación entre su autora y su escrito, que sin ser en absoluto nada premonitorio (como no sea a contrario), sí es un macabro anticipo del final de Karen Blixen, Isak Dinesen para la literatura, la madre del cuento que da título a la película e incluido en la antología Anécdotas del destino, precisamente.
En él se da cuenta de un ágape pantagruélico aderezado por una cocinera exiliada en Jutlandia tras la Comuna de París, y criada de las viejas hijas traumatizadas de un ancianísimo pastor calvinista, con toda su patulea moral de su credo y hábitos represivos, por supuesto que también en lo culinario, lo cual choca terriblemente con la visión placentera, casi epicúrea en el comer aportado por la sureña y católica cocinera, de donde el choque de mentalidades que se expone, y que se queda sin resolver… en la ficción.
En la realidad, el caso es que, año y pico después de publicarlo, la escritora empezaría a sufrir operaciones, entrando en un proceso de malísima salud que entre otras cosas le acabaría impidiendo comer, bajando su peso a los 35 kilos, hasta su muerte, prácticamente por inanición, siete años más tarde, tras un larguísimo, supongo, festín de hambre.
Imagen de la película
Investigaciones posteriores han indicado la hipótesis de sus males en el envenenamiento progresivo del tratamiento de su sífilis con mercurio en África, donde se la pegó su marido, un mujeriego consumado e indiscriminado, y que por cierto era un portador sano. O el miedo hecho verdad (¿predestinación nórdica?), porque, curiosamente, la enfermedad que más temía y le obsesionaba, quizás porque su padre se había suicidado al no poder soportar las consecuencias sociales de esa misma enfermedad que tenía, vista entonces como vergonzante.

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