Qué
gran negocio sería ahora mismo una tienda de hipotálamos, que no es un tálamo
bajo (un camastro) sino una glándula de por ahí dentro que nos segrega hormonas
y drogas para regular el ánimo, la temperatura, el sueño, la libido, el hambre,
la sed, las emociones, y sirve de engranaje entre lo neuronal y el resto de
funciones para lograr adaptarnos a cada situación, sobrevivir y reproducirnos
(aunque no haya necesidad), y de la cual glándula en un futuro, hoy por hoy ciencia
ficción (aunque nuestro presente tampoco sea manco en este género), se llevarán
a cabo implantes e injertos y habrá repuestos como para una lavadora.
Pero, de
momento, y hasta que eso (y los alargamientos garantizados de pene) no ocurra, este
país de costaleros correturnos, nubes cabreadas y ríos niños por la sequía, lleno
de putones de mercadillo, donde vemos de oídas, se conjuga el verbo odiamar con
verdadera fruición catalépsica, todo el mundo parece tener vocación de
prejubilado o de opositor a guardia civil retirado, y tantos aspiran a que los operen, o a que los ingresen, o al menos a engrosar una lista de espera, se tendrá que conformar con
ver la tele antes (y después) de acostarse.
Y es una pena porque es que nos tienen el hipotálamo hecho fosfatina, como
un chicle más mascado que una castaña pilonga. Y ni masajes, ni nada.
Ahí
estamos, todos en alerta perenne, todo el día bajo la lluvia tóxica de malos
titulares y el bombardeo incesante de mensajes de atención, peligro y alarma, que
nos comen el coco y nos dejan nuestro cerebelo que parece Stalingrado.
El
resultado de tal cataclismo es un miedo nuevo, al que los psicólogos llaman
“líquido”, por ser difuso, disperso y poco claro, en especial el sobrevenido por
exposición a esas situaciones tan peculiares sin culpables claros ni de soluciones
concretas, que resulta tan difícil de asimilar, y que se traduce en un estado
de inseguridad permanente, derivado todo de la sensación de desprotección y
desasosiego, que es general y no solo propia de las personas que tienden al
estrés, la depresión o la ansiedad.
Y lo peor de todo: que así no hay quien se
enamore, algo que podría ser fundamental para superar todo esto. Sí, hay
paliativos, como el comer, dormir, relajarse haciendo deporte, o beber agua,
aunque esto suene a chunga y a sarcasmo en plena sequía.
No lo remedian pero
ayudan. Pero lo que es sobre hacer el amor no hay suficientes datos ni nada
concluyente, quizá porque, en mitad de tal desastre no se intenta lo bastante. Al
contrario según parece que el dar por saco, que eso sí, es lo que más se lleva
últimamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario