lunes, 22 de enero de 2018

Cinematontunas: Cassavettes, o el cine, cine

 Este actor, guionista, director, productor y lo que hiciera falta es para muchos aficionados (y aspirantes a profesionales) del cine el prototipo de cineasta moderno, fiel y comprometido solo consigo
mismo y con su ideal cinematográfico, capaz de sacarlo a flote por sí solo o con la ayuda de los allegados, sin necesidad de venderse o no más que lo justo (por ejemplo haciendo de actor para poder sufragarse sus proyectos), y no para apostar lo obtenido a utopías ni idealismos estériles sino para llevar a cabo propuestas posibles y necesarias sobre la problemática cotidiana común tanto social como individual, tratando de cubrir así el hueco repudiado por la industria de su país –más que en Europa, terreno mejor abonado por muchos autores de ese tipo, y donde tendría mejor aceptación–, y haciéndolo al modo sacrificado, largoplacista y aparentemente fracasado de los verdaderos pioneros.
Por ello es considerado el cineasta independiente por excelencia, aunque no lo sea (en todo caso es el gran antecedente de ese cine americano de después de la crisis de Hollywood–, ya que el cine siempre, y sobre todos en sus principios, tuvo muchos de estos exponentes, gracias a los cuales seguramente existe.
John Cassaevetes y señora, o sea Gena Rowlands.
Lo que sí puede que sea es el arquetipo de cineasta vocacional que dedica su vida a eso, no en plan mártir o héroe individualista sino siendo consecuente con la realidad, enfrentándola tratando de involucrar a otros en el empeño (nunca mejor dicho). Que es por lo que es visto como el primer crowdfoundista con éxito de la historia del cine. Que es un tanto exagerado y ganas de mitificar, pero sí es cierto que su primera película, Sombras, que es la que le dio esa fama, se hizo con tal sistema y método, que luego extendería a toda su filmografía, bastante menos heroica en ese aspecto, aunque igual de meritoria. Y es que Sombras es todo un monumento a la afición, no siendo extraño que haya pasado a definir o al menos calificar toda una obra.

Sombras es en realidad el trabajo de prácticas elegido para ejemplificar unas clases que él mismo impartía, casi gratis, por puro vicio, a otros aficionados, del método Stanislavski, del que era devoto y verdadero proselitista. 
Rodada en 16 mm, el proyecto fue creciendo, colectiva, improvisada –aunque con una sólida base previa del autor, que sería siempre su marca– e incrementadamente en todo, también en los gastos, que fueron cubriéndose a razón de las posibilidades de los implicados tanto directos como indirectos –y no a razón, como se ha dicho, de 1 dólar por participante en la peli, para nada alternativa, y menos a Hollywood, en otra galaxia–, y que sorprendió a todos, los primeros a ellos, al ver que tenían en las manos una auténtica película después de meses de verdadera gestación. Tanto, que incluso se trató de colocar, sin ningún éxito, hasta ganar premios y ser distribuida en Europa, donde, como en su país, muy poca gente la ha visto, 60 años después. Pero eso sí, el nuevo cine independiente americano empezaba a nacer de nuevo. Y para los cinéfilos, un nuevo cineasta imprescindible.

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