lunes, 5 de marzo de 2018

Cinematontunas: La costurera enmascarada


Claudette Colbert siempre dio un perfil de izquierdas. Quiero decir que exigía ser fotografiada de ese lado, llegándose a decir que su lado derecho era el lado oscuro de la luna. Y aún así acabó triunfando. Bueno, así y por ser quien era, la hija de un banquero francés asentado en New York, y una gran actriz de teatro que acabó en el cine al quebrar las salas con el crack del 29. 
Aunque lo de su lado derecho no fue nunca su única sombra, rondándola siempre el entredicho y no solo profesional. Así, se dice que el Oscar de 1935 por Sucedió una noche, lo ganó por no personarse Bette Davis, que lo tenía chupado con otra película. 
Pero su lado más sonado, aunque también el más acallado, fue su pertenencia al Club de la Costura, que empezó en broma, promovido entre otras por Joan Crawford o Marlene Dietrich, ésta de anfitriona, en reuniones en privado o en lugares públicos de moral libre, y acabó como verdadera red semiclandestina de lesbianismo para defender intereses culturales, de género o sexuales de un amplio grupo de mujeres del cine y otras actividades, y huir de la censura social cuando no de la persecución. 
El club estuvo en vigor de los años 20 a los 50 del pasado siglo, y junto a ‘costureras ejemplares’, como Barbara Stanwick, Greta Garbo, Lily Damita, Dolores del Río o Tallulah Bankhead, y alguna que otra depredadora sexual, de cualquier género, como Mae West (“Las chicas buenas van al cielo; las malas, donde quieran”), la excelsa Claudette estuvo siempre señalada como más o menos asidua. 
Por supuesto, todas fingían –y por eso huían en público de la gran Mercedes de Acosta, que no disimulaba lo suyo, y las vapuleaba por ello– y estaban felizmente casadas, algunas en matrimonios lilas, o sea con gais. Así, las Mujeres de la Costura, como se las denominaba en petit comité, dejaban a sus maridos en casa y se iban a coser a casa de una amiga o al Big House de Hollywood Boulevard. 
Claudette, que nunca fue miembro de número reconocida, dando siempre esa impresión de ser la típica estrecha de buena familia cuya vida transcurrió toda en el armario, salvo discretas transgresiones del contrato con graves penalizaciones contractuales contra las malas costumbres, se casó de hecho dos veces, una con el director Norman Foster, un gay casi oficial con el que apenas convivió, y luego con un médico para que la tratase su dolor de ¡tetas! Cosas del coser. Ah, como  buena revientatópicos, también dijo una cosa harto evidente: "Los hombres no se hacen más listos a medida que son mayores. Sólo pierden pelo".

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