sábado, 10 de marzo de 2018

Sociedad civil caput. Apuntes

Los políticos están tan obcecados en que esto parezca una democracia, que a la mínima que ven gente en la calle, no importa si van a comprar víveres, echar la quiniela, los hayan pulido de casa o vengan del botellón multitudinario y constante de la feria de soledad permanente, van y te sueltan que eso es la demostración más palmaria de una política participativa, asamblearia y que roza el colectivismo más fraterno. 
Y si ven llenarse los edificios institucionales (de gente que va a pagar multas, a protestar, empadronarse o a pedir lo que sea), eso es la prueba de la rana del máximo activismo cívico y social responsable. 
Y si a todo eso se une una reata de supuestas agrupaciones (unipersonales muchas de ellas) preocupadas no sólo de sus propios intereses sino también de sus propios intereses, ya estamos en el colmo de los colmos del interés generalizado por los asuntos político sociales que como un incendio arrasa en las instituciones, tan ocupadas por todo tipo de público, tan alborotadas y con tal efervescencia de actividad, propuestas, debates y demás, que no sé cómo no tienen que avisar a los bomberos o a las fuerzas de seguridad para disolver a las masas que de manera tan bulliciosa y protagonista quieren participar e intervenir en las instituciones que les representan.
El dilema expuesto por Daniel Bell de que el hogar público debe satisfacer no sólo las necesidades públicas en el sentido convencional, sino también convertirse indeludiblemente en el campo para la realización de los deseos privados y grupales, ha quedado para los gobernantes, enquistados como pupas en la incompetencia de su irresolución, en un simple desideratum, provocando todo lo contrario: la huida desesperada de todo el mundo, excepto cuatro sospechosos por insistentes, de las instituciones en general y la administración en particular, excepto funcionarios (en horario laboral). 
Y es que, como decía Lichtenberg, cuando los que mandan pierden la vergüenza, los que obedecen, pierden el respeto. Aunque, naturalmente, como aclaraba Bertold Brecht, cuando el delito se multiplica, nadie quiere verlo. Y menos sus causantes, aquellos tan contrarios a la opinión de W. Whitman de que el mejor gobierno es el que deja a la gente más tiempo en paz y que aún presumen de esa connivencia masiva por abandono de la ciudadanía con la (indi)gestión de sus intereses.
Sólo hay que fijarse en cagadas tales como la luz, los transportes, la nieve, etc, para apreciar que los responsables, lejos de envainársela, te corren a broncas, cosa que si es para animarte a participar, se agradece; y también que las víctimas de esos partidos de contratistas y subasteros en los regímenes que son sus feudos, clientilizadas, suelen confundir el civismo con el borreguismo. (Y cada cual piense sus propios exempla, pues de embarcarme en citar los diversos casos domésticos, esto se haría un tedioso suplicio).
En cualquier caso, las reacciones a las agresiones de la democracia participativa, lejos de implicar a los agredidos, les produce más bien una refracción inhibicionista tirando a huidiza, que invita a una risa tragicómica en tanto sólo han bastado cuarenta años para pasar de la nula presencia ciudadana en las instituciones a la más absoluta miseria que es esa charada permanente que se presenta como régimen participativo y que ha convertido ese mañana al que aspirábamos, por muy efímero que fuera, en la lapidaria tesis de Henry Ford de que cuando pensamos que el día de mañana nunca llegará, ya se ha convertido en el ayer, pudiendo por tanto ya descojonarnos libremente de Tocqueville y su sociedad civil como organización intermediaria de nivelación, y el Estado como garante de la igualdad (que ahoga la libertad, encubre la envidia y ablanda a los hombres), ante la autotiranía de las mayorías. Ja, ja. O de Mill por pensar que el individuo es el centro de la moral, y la privacidad el reducto de la libertad. Ja,ja,ja.
Los sociólogos más avispados han explicado este fenómeno centrífugo como han podido. Los defensores del “selfismo”, que todo lo achacan al individualismo atroz universal, el autocrecimieto, autorrealización, autoafirmación (o autonegación) y a la extrema  autocomplacencia que comporta, ven en ello unos estilos de vida que son postizos, rellenos que no llegan a vida pública. Mientras otros dicen que ese narcisismo, además,  arrastra al descreimiento de lo privado, por si faltaba algo.
Otra explicación, mucho más rústica, podría ser que la confianza en las instituciones se acerca a un simpsoniano menos que cero, tras décadas de acoso, derribo, saqueo, chuleo y detentación hasta el secuestro, en su mayoría, hasta el extremo de haberlas (diputaciones, por ejemplo) que han acabado haciendo dejadez de sus propias administraciones hasta el punto de no utilizar ni sus recursos ni sus competencias, por motivos en que los políticos son los más dignos de nombrarse, y montar gestiones (sólo de lo que interesa) paralelas desde el ámbito privado. Vamos, que si ni ellos mismos se identifican con sus instituciones, agárrate al resto.

En tales circunstancias, acudir a comulgar a este tipo de Eldorados sólo es medianamente gratificante si lo haces participando de verdad (en su presupuesto), como alternativa refugio contra la sodomía y el granizo del mercado, y siempre teniendo en cuenta que esta Numancia meritocrática (que no es sino los restos fantasmagóricos del espejismo que fue) no es la idílica solución de continuidad frente a la falta de continuum, fragmentación y fraccionamiento generalizadas como causas de lo efímero, la inconsistencia, la diletancia y la interinidad permanentes que a marchas forzadas andan causando la muerte de la sociedad civil, sin perder de vista a Séneca, cuando dice que “Aquel que tú crees que ha muerto, no ha hecho más que adelantarse en el camino”, y a la vez seguir el mandato del alcalde Tierno “¡El que no esté colocado, que se coloque!”. Porque si hay una democracia participativa que nos hayan dejado para practicar, esa es a la única que casi casi, aspiramos todos a diario: la de chupar del presupuesto. Y lo demás son chorradas.

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