jueves, 19 de septiembre de 2019

Cinematontunas: El anti-Spoiler imposible del gran descuartizador


Desde que compró los derechos de autor de la novela por unos pocos miles de dólares, la obsesión de Hitch fue siempre que nadie supiera de qué iba a ir su Psicosis. No hubo preestrenos ni pase para críticos y otros, y cuando se estrenó se prohibió la entrada al público que iba a verla ya empezada, por si se sentían defraudados por el desenlace, además de conminarles a no hacer comentarios para su desvelado. Que al final no pudo evitar, pues varias revistas especializadas se encargaron de hacer lo posible por adelantarlo, destriparlo…, y garantizarle al director 5 millones de dólares que se embolsaría finalmente por una peli que costó 900.000. Entre otras cosas debido a su bajo presupuesto, al ser en blanco y negro, decisión que la Paramount, que luego se iba a deshacer de la película, dejándosela a la Universal para forrarse distribuyéndola, tomaría entre otras cosas para que sus sanguinolentas escenas no fueran filmadas en un entonces se pensaba demasiado agresivo color.
Otra causa de lo barato del filme fueron los recortes de todo tipo que Hitch, que tenía grandes intereses económicos en el mismo, proporcionó al empleara a precio fijo a su bien amortizado equipo técnico, gastando solo 62.000 dólares en extras, y escamoteándole, también hay que decirlo, a la Leigh las tres cuartas partes de su caché, que cobraría solo  25.000, mientras Perkins se apercollaba 40.000. Entonces, el Me Too aún no estaba ni en mantillas. 
Sin embargo, sí le pagó una fuerte gratificación a Hermann por su banda sonora, que claramente estaba basada en los movimientos segundo y tercero del cuarteto de cuerda de Shostakovich, y a la que el director era en principio muy renuente, y que al final prestó un gran servicio a la película, por su transferencia de la amenaza desde la pantalla a la mente del público, una gran novedad entonces.
Ya montada la peli, Hitch tuvo que lidiar con la censura (mucha, en aquel entonces), que había detectado, así, a bote pronto, un pecho de la Leigh –¿y quién no?–, quien por cierto pasa de un primer sujetador blanco (símbolo de inocencia) en su encuentro con el novio, a otros, todos negros, del resto del filme. Uy, uy, uy. Y también habían visto un glúteo en su doble, e incluso un tirón de cadena del váter, antes nunca mostrado en peli alguna, otro alarde del Maestro; e incluso la palabra travesti. Todo, banalidades, al lado de la dichosa escena de la ducha.
Hitch dijo que si le permitían mantenerla, y todo bajo la supervisión de los buitres, rodaría una versión más romántica del comienzo de la peli, para satisfacer las modas pasteleras del cine del momento, pero al no presentarse ninguno el día previsto para la nueva toma, todo quedó como estaba.
La escena en cuestión ha sido tan estudiada y resobada que ha habido incluso teorías psicológicas sobre ella, con cantidad de chorradas intelectuales y demás. El hecho es que tardó siete días en filmarse. No creo que nadie se haya duchado tanto nunca. De hecho, cuando la Leigh (que aún estaría húmeda para entonces) vio la escena, quedó tan afectada que decía que ya no se duchaba a menos que fuera absolutamente necesario (ni aunque se lo pidiera Toni Curtis, digo yo). Aseguraba todas las puertas y ventanas del cuarto de baño, y dejaba la puerta de la ducha abierta, por si acaso. De todo ello se salvaron las otras 8 candidatas que hubo para cubrir su puesto, todas, como no, rubias.
Y es que al gran descuartizador le gustaba tomarse su tiempo para ello. Por ejemplo, en el asesinato de Arbogast, el investigador, invirtió varias semanas, siendo uno de los más trabajosos del cine. Y quizá de la historia. Pues, como él mismo afirmó, creo que a la pregunta de Truffaut de porqué duraba tanto el homicidio del policía comunista de Cortina Rasgada, matar a alguien cuesta mucho en realidad, y no se puede hacer así, como si dijéramos en un aquí te pillo, aquí te mato. Qué tío.

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