viernes, 13 de septiembre de 2019

El curso


El otoño no se escribe solo en las hojas, a veces menos indelebles que la misma memoria, uno de cuyos caracteres más nítidos es, con los años, ese deja vù de todo lo presente, quizá por ser este un 90% pasado y un 10% de atrezo novedoso, aunque esto, como la forma en poesía, siga siendo crucial y esencia del tiempo y el pasar. 
De ahí que lo que más me interesa cada inicio de curso es la parafernalia de ese “¡Comienza el espectáculo”! con que nuestros señoritos nos auguran, al más rancio estilo triunfal franquista, todo tipo de parabienes en su bienvenida a otro año que será inenarrable, en que volveremos a superar toda expectativa con los planes de desarrollo que nos tienen reservados, ¡odo, que ya están en marcha!, y que solo Franco y Cospedal, con su maleficio perpetuo, pueden frustrar. 
Así, el curso escolar arranca bajo los mejores auspicios, sin barracones o escuelas obsoletas, niños descolocados, pleno de material escolar, con edificios listos para el frío y la calorina, y programas y profesores idóneos, y sin la tóxica burocracia lameculos de todo régimen, que empantana más que aclara y que va desde las delegaciones a cuadros directivos escolares (sin olvidar esos apéndices clientelares que son los consejos y otras mandangas de la “sociedad civil”). 
Todo controlado, pues, y éxito garantizado, mínimo fracaso escolar y una educación adecuada para el mundo de hoy (que se acaba hoy, precisamente, pero eso es lo de menos). 
Y qué decir de la otra pata de la gran demagogia, la sanidad, tan jaleada, tan estupenda, con el siglo de longevidad casi garantizado (la lista de espera para ello es kilométrica; esperemos no se las carguen con la diligencia con que están acabando con ellas). 
Cómo será la cosa que en el nuevo hospital, que lo mismo está hecho ya cuando esto escribo, para que se vea lo raudo de su acción, se ha tirado la parte más visible del viejo CAS de la Diputación (que integrará ese eterno futurible que es ya en boca de los prometedores profesionales), dejando lo demás, lo que no se ve, para luego, en un triunfalismo a la inversa realmente revolucionario: antes se hacían la foto poniendo la primera piedra; ahora se la hacen cuando la tiran. Por algo están libres de pecado. ¿Qué habremos hecho para merecer tanto santo?

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