Desde ayer las redes echan
aún más humo. Humo y humores, que es como también se llama a la escurribanda de
secreciones corporales en un momento dado, y que, si incluimos la verborrea
como otra excrecencia, actualmente expresa mejor que una biopsia el ánimo y
pensar de tanta gente en tan solo 140 caracteres.
Una fórmula de comunicación
que empobrece esta de tal manera –a algunos hasta les sobran– que lo que parece
hipercomunicación, resulta verdadero cenotafio, por lo simplón, fraudulento y
espurio de ese espacio donde hoy, a falta de otros tipos de comunicación más fidedignos,
concurre todo, como es el mentidero universal de internet, reino de la
postverdad (o media verdad, en el mejor de los casos).
La verdad democratizada,
la pasada por el tamiz igualitario que da derecho a la validez de todas, lo que
relativiza el corpus de conocimiento acumulado, cuestionado así por norma y puesto
al mismo nivel de legitimidad que la sinrazón para actuar sobre la realidad. Y
según se impone como forma de interactuación, proselitismo y manipulación a lo
largo de la gran guerra cultural que se lidia en ese espacio con la hegemonía
de opinión como meta, va opacando y engorrinando en su abigarrado batiburrillo
al pensamiento contrastado y fundamental, que es equiparado con esa demostración
ecuménica diaria del más vulgar, tan cercano al sentido común, que el mismo
Gramsci, en su prédica de esa hegemonía hoy tan de moda y tan mal practicada,
quizá por las facilidades para ello, llamaba a no confundir con lo popular como
fundamento posible del saber, y por tanto del poder.
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