jueves, 13 de febrero de 2020

Viva el amor


Yo tenía que estar hablando del amor (una vez más), y heme aquí estancado en el dichoso franquismo, que igual resulta ser lo mismo (malditos pareados), al menos para Pablo Sánchez y Pedro Iglesias, pues si el sexo y la muerte, eros y tanatos, acaban tan acoyundados, quizá porque los extrem(eñ)os se tocan, éstos, para demostrarnos su amor lo que hacen es declarar la guerra (que en realidad es un cariño a lo bestia), y por muy cultural que sea, a un régimen pasado –que ya tiene cojones–, a una época –que aún tiene más– y a una supuesta ideología, que en realidad es la fascista, por cierto tan anidada en exfranquistas, en muchos socialistas, en no pocos comunistas y en cantidad de apolíticos. Échale hilo a la cometa. 
Y todo ello por ley. Con un par. Y lo que es peor, en vísperas del santo de los enamorados, que un año de estos será declarado non grato, por heteropratriarcal y por dar pie a una famosa película hecha ¡cuando Franco! ¡Y con Tony Leblanc! Aunque en lo primero hay razón. 
Y es que, aparte de que San Valentín sea al amor lo que la Navidad a la paz, quitado que ese horrible nenuco metijaco aprendiz del peor celestinaje proxeneta que es Cupido, el grueso de la mitología que amadrina eso que aún llaman amor (pese a Woody Allen) es femenino. 
Afrodita, Ishtar, Hathor, Xochiquetzal, son diosas más de la piel y la miel, que es lo que requiere esa claudicación compartida ante los palos indoloros, que de los simples ardores de ingles, tan devotos de Eros o Apolo, que sin embargo son los que año tras año acaban patrocinando en la sombra, con su sempiterna cancioncilla de "carne que crece, no puede estar si no se mece", toda esta trama del 14–F, que bajo su aspecto fondón asexual y de confitería de cuando el corazón, asoma su patita de amorosas crueldades sadomaso de toda relación por lo más bajo de su tópico amor de bonanza, en lo más previo al carnaval, casi tropical gracias al cielo anticiclónico, en el que toda mascarada puede ser exhibida ya con muslamen y bossa nova. 
Como el tardo antifascismo que viene, el de los nietos, el impostado, el de la memoria, tan débil; el destilado, el manufacturado por la generación intermediaria de sus padres. ¿Devolverán las casas obtenidas bajo privilegios, el patrimonio hecho por enchufe, los estudios gracias a las becas discriminatorias, el bienestar transmitido vía ancestros de un régimen puesto en la picota de su imaginario prefabricado a posteriori?
¿Y con el nuevo fascismo, ese que está fundido a las idiosincrasias más postmodernas, a las que ellos pertenecen, y practican, qué harán? 
Resulta todo tan artificioso que me parece estar ante una de esas películas a las que van las adolescentes que han estado toda la vida tan sobreprotegidas, que jamás han pasado miedo, y quieren tenerlo, pero a cubierto, sabiendo que hay salida, que solo es de mentiras, controlado. Y gritan, se congestionan, se demudan. Solo para salir al rato más contentas y satisfechas con su falsa catarsis.
Y de los viejos antifascistas, ni hablemos. Parecen ignorar que el fascismo siempre es una liebre que no hay que ayudar a levantar, ya que siempre está ahí. 
Y mucho menos provocar su mitificación, que es la peor manera de tratar a lo que realmente existe, en medio de la suprema ignorancia general de la gente al respecto, lo cual inflama el interés –como puede verse en toda Europa– de las nuevas generaciones por un fenómeno en el que lo prohibido y su desconocimiento son factores fundamentales de su atracción. 
Más aún si se utiliza para su picota una revisión histórica, necesaria pero siempre sectaria, que acabará fabricando un nuevo victimismo, tan necesaria hoy día para tanta gente ahíta de catarsis, falsa o no. 
En este sentido resulta tristemente risible esa tendencia del progresismo español a tomar partido sin mucho discernimiento, en el conflicto árabe-israelí, sin plantearse jamás que si Israel ha llegado a ese punto de actuación condenable ha sido amparados en esa superioridad moral que al parecer otorga el haber sido víctimas históricas de un cataclismo, lo cual justifica cualquier acción a posteriori, y que suele propiciar otros nuevos victimismos de masas cuyas causas estarán plenamente justificadas en la supuesta superioridad que da ese victimario de consenso unánime. 
Y que es precisamente lo mismo que ha sucedido aquí con esa izquierda que se retroalimenta de sus naufragios, queriendo hacer bandera de ello, quizá por no tener otras más llevaderas y comunes.  
Así hemos llegado a este nuevo banderín de enganche a lo político de un renovado antifascismo que da la impresión de ser como de oídas y vivido en diferido, más o menos virtual, por una generación que ya empieza a no distinguir claramente entre lo real y el reality. Una percepción en la que no falta cierto romanticismo y fantasía. Y una actuación no exenta de un voluntarismo por reeditar viejos éxitos de la historia, o enmohecidas guerras, que ven más estimulantes que las suyas, de las que se distraen al considerarlas la misma. 
Y en plena euforia de vivir, ahora sí, de verdad, invocan al fascismo viejo, al de las películas contadas, sin ver que el nuevo, el distinto, ya está aquí. Solo que no lo identifican como tal, porque ellos mismos forman parte de él. ¿Qué harán cuando lo sepan?

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