sábado, 21 de marzo de 2020

El limbo

En mi niñez, los curas ­–yo fui a una escuela diocesana, y gracias- te decían que los recién nacidos y los tonticos, los inocentes, no iban al infierno, que entonces teníamos bastante bien imaginado a partir de lo que vivíamos; ni al cielo, visualizado entonces como la buena vida, pues siempre se sueña con lo que no se tiene. 

No. Iban al limbo, que no acertaban a describirnos, por ser como explicar a Kierkegard a un hiperactivo, y así, concluíamos que era algo como una nada, pero en bien; aquello que decía Tono en La Codorniz de una nada pero con sifón, con gas, que ahora se diría. 
Y todo el que adoptaba una postura vital pues eso, fumeta, gaseosa, inerte, levitativa, agilipollada, apollardada, se decía que estaba en el limbo. 
Se trataba claramente de una deconstrucción social, semiótica o representativa a partir de una idea preestablecida inventada. Y la demostración de ello ha venido 60 años después, cuando por fin vemos en qué consiste el limbo real. 
Ánimas del Purgatorio, expiando lo suyo... pero no aisladas.



Y es que el limbo era esto, la libertad vigilada, aherrojados como ganado enjaulado a la espera del sacrificio (por el bien de los demás, claro), pagar los errores de unos políticos que, después de llegar hasta aquí practicando su particular monopoly sin aprovisionar de nada siquiera para el combate –que esa es otra, la retórica de guerra (cuya primera baja es siempre la verdad), en plan churchiliano patético-, ni equipos, ni gel, ni pruebas, ni mascarillas para sanitarios, ¡permitiendo que se exporten!
Y tras demostrar, entre otras cosas, que se la suda lo que pueda pasar y que autonomías y salud no casan, pues se meten a golpistas buenos, nos aíslan, nos sitían y nos condenan a la quietud, inermes, presos, del virus, del pánico, de los demás y de todo, y obligados a mantenernos atentos a lo que digan en la tele, que por un puñado de euros te repite las consignas de obediencia ciega del rebaño hacia el abismo y la comunión de las almas, pero “unidos”, que es lo importante. 
Y es que, francamente, donde se ponga el Purgatorio en el que estábamos hasta aquí, con toda su inmundicia asegurada y su dudoso final en falsos paraísos, que se quite este puto limbo de gloria eterna para lactantes y crédulos. Y con aplausos.

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