viernes, 27 de marzo de 2020

Crónicas del gulag

Si en esta CRISIS a la que hemos sido arrojados y en la que estamos confinados a la espera pasiva de su resolución, bien sea por deceso o por supervivencia, hay un rasgo que sea de un alcance social verdaderamente histórico en lo que se refiere a su trascendencia presente y futura en la evolución de los procesos humanos que definen nuestra civilización, ése es el del tipo de muerte a que nos estamos enfrentando, y, lo que es más importante, asumimos, de momento de forma tan impotente como contrita. 
Y es que estamos hablando de un proceso del morir que, a causa del propio desarrollo de la plaga y el modus operandi llevado a cabo para su contención, implican el ahondamiento del ya instaurado a todos los niveles tabú y consiguiente opacado tanto del hecho mismo del morir como de los procesos de muerte, llevándolos al nivel de lo clandestino y la imposición (por necesidades de protección de la población, se dice) de un interdicto a la actuación de cualquier tipo de familiares u otros, en todos los procedimientos, sanitarios, psicológicos, de apoyo, solidarios, etc, a que la muerte suele dar lugar, con el abandono de los mismos a que su disuasión obliga, así como de cualquier práctica individual o grupal al respecto, civil o religiosa, como puedan ser el apoyo a los enfermos o el duelo y funerales a los muertos.
Todo ello está descomponiendo tan aceleradamente los paradigmas de actuación social o individual tanto en lo particular como en lo general, que la muerte y su percepción han cambiado en cuestión de semanas tanto, que puede decirse que ya estamos ante otro tipo de ella, tanto en su elaboración y acabado como producto típico civilizatorio, como en la importancia de su afrontamiento, consideración y el modo de articularse con los demás procesos de vida, en su relación con el poder, los modelos de comunicación y otros paradigmas esenciales de nuestra sociedad. 
Y pongo solo un ejemplo: el proceso clásico en esta sociedad por el que pasa cualquiera que ve cercano el fin, y definido hace mucho por Kübler-Ross como en cinco fases: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. 
Esa trayectoria de asunción de la muerte que define desde hace mucho esa fase previa al pasar como es la moribundia más o menos consciente, hoy es prácticamente imposible. Primero por la falta de tiempo. Luego, por la descomposición  de las estructuras, sanitarias, psicológicas, etc. Y tercero, por la prohibición que impone el confinamiento, que convierte a la muerte en un fenómeno individual, anómico y semiclandestino, y por tanto aparte del resto de la sociedad.
Eso en cuanto al morir. En lo referente a las siguientes fases no hay más que ver los testimonios de sus últimos damnificados.Y es preocupante sospechar siquiera las secuelas de todo tipo y los cambios a nivel personal y colectivo a que darán lugar y que serán sin duda tan llevaderos como espeluznantes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario