domingo, 15 de marzo de 2020

La peste


Las plagas son un regalo impagable para el periodismo. Como un monzón temático, que no das abasto a chapotear en el lodazal de gozosa inmundicia que surge de repente. 
Nada como un buen maná de calamidad y apocalípsis a las puertas para que empiece a supurar la miasma, aflore el infinito muestrario de humores humanos y todo se aparezca tal como es. 
Y lo que un Larra tuvo que sacar con fórceps para hacerlo bonito, a nosotros nos cae del puro cielo, agua bendita para la pluma, tinta gratis para la imprenta. 
Y así, entre el fangal movedizo del colosal vertedero de excrecencias, donde menos te lo esperas salta la liebre de la lucidez, en este caso liebrón, o como su propio nombre indica, LeBron, James por más señas, que ha dicho que si ha de jugar sin espectadores, que lo haga s.p.m. 
Y es que ser deportista a puerta cerrada es como ser torero y renunciar a la portagayola, que es lo más similar a recibir a la muerte más azarosa en presencia de todo tu género. Es ir pa ná. Es celebrar las Fallas en agosto (como amenazan), con mascletás playeras –aunque alguno/a eche cohetes en ellas de continuo–. Que ya veremos si cuando el verano despierte el dinosaurio no sigue allí. 
Porque con esto del virus estamos como cuando Curro Romero pegaba el petardazo en la Maestranza, y había uno que le gritaba “¡Curro, ya vendrá el verano!”. Que el caso es que estos días ya ha llegado, y mira. 
Pero lo que LeBron sí sabe es que el deporte o es espectáculo o no es, y su transmisión televisada, una cámara oculta, un fiasco macabro. Y prestarse a todo eso es de lo más indigno, una conducta impropia, lo peor. 
Que es hacia lo que vamos con el virus, al remate final de las rebajas humanas, entregando la cuchara a esas autoridades que sin saber qué hacer te mangonean y enredilan a golpe de cayado y ladrido de sus perros pastores, solo porque su razón de ser es la manipulación del gentío y la (mala) gestión de la población, para, con esa pastoral, demostrar que son el paraguas de todo cataclismo. Y hay quien deja de ir al besapiés del Cristo de Medinaceli para pasar a creer en el carácter redentor del consejo de ministros.  

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