lunes, 2 de marzo de 2020

Ficciones y contradicciones. Contribución a la crítica de la ecología política (para un planeta más justo, naturalmente). Post-it 24


Catálogo de castas. Sección suplentes.


Pájaros, pajaritos, pajarracos y carroñeros

El búho, que es un bienqueda y ha echado delante a la lechuza en las preferencias míticas (y místicas), ya que ésta estorba con su ululo ronco y, por si fuera poco, ladra. Aunque si el búho dicen que canta muy bien, sólo emite un uuu-ju y un áspero crec-crec para variar. Lo que hay que oír. Si bien conoce como nadie la noche, el gran agujero negro de los domesticados humanos

Aparte, claro, del contubernio, por ejemplo con los hurones, que, encubiertos hipócritamente por las castas más marciales y la anuencia homínida, degüellan en serie los jaularios conejiles (para gratificación de más de uno). La sempiterna utilidad social del crimen y la rapiña. 
Como la del alimoche, interactivo donde los haya, con toda la basura que hay suelta. Una esencia carroñera que para este poco amigo de cenobios, al que se le supone abnegación y sacrificio sólo porque espera turno para comer, si en solitario parece sanitaria, en comandita se vuelve depredadora. 
En cambio, la urraca, que trafica con afanes al filo de la ley, desde el trueque al préstamo y la usura, se deja acaramelar por conveniencia y juega a víctima proletaria con su urajeo chuc-chuc, mientras otros no saben de qué va, como el ciervo, dando cornadas por ahí, por esos andurriales, abogando por su valía proveniente de la ternura despertada en tantos humanos niño a causa de la dramaturgia de su espécimen más entrañable, un tal Bambi, al que se remontan en su petición de su derecho de admisión; además del mérito de proporcionar monterías a las sociedades llamadas re-creativas porque en ellas se dispara dos veces.
Y de las abejas, no digamos. Con ese período de jubilación de las reinas tan largo... Tan mátreas, van muy de tronío, lo que en un mundo clasificado no es llevadero. 
Por lo demás, seducen a la grandeza y son odiadas por las cabras, por trotaconventos, y los pavos les meten mano, y no obstante con el abandono de los añojales hayan medrado para su bien la esparceta, la galandrona o el miraverte, los híbridos les quitan mucho tajo de flor, con lo que andan algo famélicas a veces y decaiduchas. O sea, que se les atiende por lástima, e incluso se las estabula con arrope barato de remolacha y melazas de orujo segregado por las alquitaras.
Pero si hay alguien que se lleve la palma en esto de la discordia por la manzana, suscitada por la inclusión de nuevos miembros, ése es el tordo, la cabeza pequeña y el culo gordo. 
Al contrario que currucas, zarceros y carriceros, hace de anticuerpo alergénico contra otros invasores y sus bandadas, con ese maniobrismo de ejército auxiliar, ocupando territorios como un rumor que mueve a la entropía, y actuando en el círculo exterior, pero fortaleciendo el núcleo. Un mal menor visto no muy claro, por su parecido a una plaga, que permanece en la cuarentena de los almenares hasta nueva orden.

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