jueves, 2 de abril de 2020

Mercado de futuros


Engels, socio de Marx y mente preclara como pocas, dejó postulado que los tres pilares básicos de la sociedad, que sigue siendo ésta (y que había que cambiar como paso previo a su desaparición), eran la familia, la propiedad privada y el estado. 
Bien, pues siglo y medio después, y para asombro de fanáticos o de herejes, ahí siguen. Y demostrando además, como lo están haciendo en esta gran crisis, que por cierto empalma con la anterior aún no acabada, que son las instituciones im-pres-cin-di-bles en cualquier caso, y por una razón de Perogrullo: son las únicas que, si no garantizan, aún son las más fiables para la supervivencia. Y eso creo que es algo. 
Podemos darle todas las vueltas que queramos, pero cuando la cosa se jode todo el vademécum para poder seguir dando cornadas en este mundo se aloja en ese kit de supervivencia de tres maletines, tres, aborrecidos y pateados hasta la extenuación, pero vitales. Y otrosí, a la vista del pampaneo, lo tendrán que seguir siendo. 
La pregunta del millón pues, ahora que nos cuestionamos cómo y cuánto cambiará nuestra ¿vida? después de la vida, es si tales columnas sobrevivirán o cómo, a las mutaciones sociopolíticas que ya están empezando a tener lugar en las sociedades más alteradas por la crisis y más propensas a ello por diversos motivos. 
Holanda y Alemania no se han negado a ayudarnos a pajera abierta y gratis por casualidad. Saben que es mucho arriesgar metiéndose en un sitio donde, si la familia será más mohína (por falta de harina), deslavazada y frágil, pero será familia, el estado irá a más, pero, y he aquí la cuestión, dudosamente lo hará a mejor, pues lo hará a expensas de la propiedad, que ya empieza a ser castigada cuando no a desaparecer. 
Autónomos, pequeña empresa y otros la abandonan en desbandada por gravosa o ruinosa, y a cambio de créditos, subsidios o pamemas para renteros, caseros y otras menudencias de medio pelo, se renuncia a parte de la propiedad o la hipotecan a futuro vía clásulas contractuales de toda laya. 
Y eso que llaman el gran capital, ligadas ya al estado desde siempre o por puertas giratorias u otras vías, han pasado a una creciente simbiosis, aumentando su dependencia mediante su intervención declarada o encubierta,  encontrándose a un paso de ejercer de concesionarios suyos. 
En cuanto al dinero, el de siempre, éste también se empieza a sujetar con represión financiera de todo tipo -control de fondos de pensiones, imposiciones a la inversión-, y veremos cuando falte.
Un reajuste de la propiedad que la disminuirá dejando pronto cojo al sistema, hasta aquí trípode, y que hará depender, aún más, a la otra columna, la familia, de un estado cada vez más crecido y omnívoro, cuya omnipresencia no garantiza, paradógicamente, un mejor servicio a sus contribuyentes, como se está viendo, sino más bien lo contrario. 
En otras palabras, que la ultimísima gestión del poder de esas tres columnas de nuestra sociedad, familia, propiedad privada y estado, de un vértigo tan incierto como inopinado, más que apuntalarlas como bases de futuro para la supervivencia, lo que las está poniendo es en quiebra. Salvo al estado, que engordará a su costa. La historia se repite, y para mal, como siempre. Y es que los sueños de los grandes, realizados por mediocres, se vuelven pesadilla para muchos.

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