martes, 7 de julio de 2020

El descastado (1ªparte): el introito


(Para ir cantando mientras se lee):

Soy como del mar burbuja,                 Auroras son los días,
que hace con sus caballitos                           romero borde.
nidales de plata pura                          Las sabanitas blancas,
y convierte corazones                                     flores de jara
venidos de la amargura                                 para mis noches.
en tiovivos de colores                          Vestido de percales
con el alba por montura.                               lleva mi estrella.
                                                          Quien tuviera un cohete 
                                                          para ir a verla.

–Bueno, Charito, le das un beso mu grande de mi parte a mi Manolín, y otro a mi reina, que en cuanto que la pille por mi cuenta me va a bailar por tangos que a ver si se le saltan las lágrimas al malaje de su abuelo, Dios lo perdone, y otro a mi cromo, que hay que ver el aberrunto ese del kunfu, ni a ver pa’qué, que le van a dar arguna trompá y me lo van a desgraciar, yo no sé a quién habéis salío mi vida, y tú, ¡cállate ya y baja, que me vas a dejar la blusa hecha una lástima, que pareces una lapa enmadrá, ¡¡niña, ven aquí y no seas  muesa!!
–¡Selito, Reme, que se va la agüela!
–¡Aayyy, mi sol, pero ven tú aquí, que eres igual que una macarena!  Déjamelo y toma a éste. Ves, el Juanito, ése no, ése os da un aire más a vosotros, ¡pero vaaamos, qué pastelillo de cabellico, mi nena, ay,  mmmuá!
–¡Venís o la agüela no sus va a querer más, so bandidos! Ay, qué  cansinos..., venga.
–Venir aquí, mi alma, ay, ¿cuándo Undivé dará fin a este calvario, Dios mío? Que tenga que venir a veros como un frogitivo, a escondías, por terquería de unos y otros. ¡Qué condena!
–Y menos mal que ahora se hace de noche más tarde, con el cambio de hora...
–No me lo recuerdes, mmuá..., que me se pone la carne de gallina,  una sola por ahí... mmuá, sin un hombre, mmuá, que..., muá, como me vea alguna comadre..., muá, la virgen de Cortes, mmuá..., nos ampare,  Amparito, hija, mmuá, ¿tú rezas a la Virgencica por de noche?
–Mire que sí, estese usted y no rece.
–Yo también hija, yo también. Y yo creo que nos va a ayudar, que la Virgen es mu requetegüena, que te lo digo yo, y si no, aquello que le pedí pa’mi cuñao Francisco...
–Mire usté que está como la boca un lobo por to el mundo...
–Ay, sí, es verdad. Adiós, bonicos míos y tú, a ver si le dices algo a mi Manolín, que esto no puede seguir así. Y tú, el tormento que estarás pasando... Ay, estos hombres. No premita Dios que lo que traigas sea otro de ellos...
–¡Ay, no sea usted verduga! Vaya usté con dios. Y tenga usted cuidiao.
–Si es verdad, hija, si es verdad. Hala, quedar con Dios.

A mi debieran de darme
por quererte como yo,
bocaítos en las entrañas,
pinchacitos en el corazón.



Casi todo tiene su principio, y lo del apuro de la Merced, aún siendo de la raza calé, también. Y fue cuando su Manolín, el Resabío, vendió la túnica de la cofradía de la Verónica, bajo cuya advocación salía  descalza la tropa toda de los Minaya desde que se lo ‘premitieron’ al abuelo Pacón el Bienplantao, que no es que fuera alto y entero sino porque apenas si salía del poyato en forma de sillón, con brazos y todo, que se hiciera obrar en el porche debajo de la parra moscatela.
Pero la cosa venía de más atrás aún. Ya se sabe, cuando un hijo emberrincha a la familia, de forma invariable los padres empiezan a buscar algún cromosoma que arrojar al contrario como antecedente, aprovechando que la genética no tiene solución. Que es precisamente lo que hizo el padre de Manolillo el día que éste se empeñó en terminar el cuarto y reválida, en una típica decisión unilateral propia de su ámbito que casi invalidaba la prueba del pañuelo de sangre cuando el padre le dijo aquello de que no parecía hijo suyo.
Y eso que Manuel el Resabío siempre decía que lo mejor de ser gitano era que por lo menos no se planteaban continuamente las dudas razonables sobre las raíces. A no ser que fueran cuadradas. Que tampoco era su caso, por lo del bachiller elemental. Pero ni por esas. Su padre se retrotrajo lo suficiente como para endilgar los orígenes de aquella conducta impropia en el apoyo que la mama le había prestado al nene hasta allí. Y la reválida quedó conjurada como un mal de ojo más:
–¡La reválida esa, ay, mala enfermedad tenga, una cosa tan paya, mia’si sabía yo que no iba a traer na güeno!
Y con este auto de fe, le hizo la cruz al exordio castellano que había hecho renegar a Manolillo del credo de sus bisabuelos.
–Pero padre, ¿usted está comprendiendo lo que dice?
Replicó el levantisco hijo entre todos los demás, que ilusos dirigían la vista al suelo con humillación y silencio, como en busca de pesetas. Y el padre:
–¿No lo voy a saber yo, que soy tu padre?
Lo cual lo explicaba todo de nuevo. Y esa era la segunda ventaja que Manolo veía en su estirpe: que no había lugar a enmiendas y todo iba por derecho. Y como una cosa lleva a la otra, el padre coligió que lo que de verdad explicaba la aversión a desfilar de Manolo era que éste, ya tocado por la reválida, que sepa Dios lo que aquello sería, pero na güeno, seguro, lo que no quería ya el muy traidor era pegarse la caminata detrás de la Virgen, y descalzo.
Vine a verte el domingo                  Cuando el sueño no llega,
y te habías ido                                                 viene el desvelo;
Al culto me dijeron                         las horas son grilletes
y eran las cinco.                                              de terciopelo;

–¡El señor marqués. Como tiene cuartos y reválida, el muy descastao!
Fiscalizaba en su contra su hermano Juanete, convencido de que con lo de la reválida le habían untado el carro y dado pie para meterse a advenedizo. Y eso sí que no. Como hasta ahí podíamos llegar, Manolo diqueló de plano, porque la sangre es la sangre siempre:
–Lo que pasa es que ya no creo, padre, y ya está. A mi me da mucho respeto todo eso, pero yo no creo y no iba a estar haciendo el paripé, que para mí que eso es aún peor, y he vendío la túnica, el farol y toa la pesca.
La mui por poco le cuesta una ruina, porque el hermano Juan lo primero fue echar mano del cinto repujado de monedas de dos reales, que había que verlo, como una barriguera de percherón, así de ancho y diciendo:
–No te digo yo, si este es más falso que yegua gitana –así era su sentido del humor–. ¡Se le ha pegao toíco! Pero a éste lo emparejo..., a cobarde que no lo repites..
Y porque se lo quitaron de encima.            

Mi niña está en mi pecho,                                                                                                  dulce delicia,
                                                   operando sin manos,
                                                   a corazón abierto
                                                   flojas desdichas.
                              Desdichado es el alba,
                              tabaco y oro.
                              Como yo lo acompaño,
                                                           ya no está solo.

Pero la cosa fue ya a traspiés y Manolillo, que se le daban los libros, se colocó de recepcionista en un hotel.
El dueño se relamía tomándole el pelo por sus estudios y le exhortaba:
–Joder, Manolillo, no será que no te doy facilidades, encima que te ofrezco un libro para ti solo (por lo del registro). Además, podrás ir diciendo que todos los años escribes uno, ¿no te parece?
Y se alejaba a risa tapada con la jiba de roedor que le forzaba la chaqueta de tergal, mientras el Resabío, como lo era, lo maldecía  retórico: “Así la tomara contigo un arponero con almorranas...”
Cosa que era pura bagatela comparado con lo de su gen. Lo más chico que dentro de ella oía era: ¡Meterse a obrero. Querrá hacerse rico... mía tú. Premita Undivé que pille un reuma, por avaricioso!
Por lo demás, el hermano Juan seguía con lo de la reválida como vaca sagrada de la infamia, y hay que decir que poseía un fino olfato para señalar el hipocentro del maligno, y eso que Manolín había sacado muy buena nota, por cierto en el grupo de letras, ya que le había salido, tal y como anunció sudoroso y excitado entrando a la carrera en casa, el Romancero Gitano. Y por poco causa un estrago, pues el padre saltó de la silla como un mimbre más de ella y, con la garrota de cerezo con trenza de cuero en una mano y la otra ya en la faja, sentenció: “¿Dónde, que no llega a esta noche?“, pensando que algún caló truhán  y malafollá le había salido al paso en alguna cuestarrita de las que iban para el cerro. Y de pocas le endiñan la palerma de su vida, el padre, para vaciarse del susto.
                                  Vuela en el aire,
                                  fecunda mi alma,
                                que tengo esta noche
                              la alegría de guardia.

Total, que era un gitano tan buena gente que parecía malo. Toda una víctima del lío que se había hecho al acudir a distintas varas de medir para baremarse.
            
Quisiera regalarme para mi prisa                             
                                   un correquetepillo y una levita,
                                 un correquetejiñas,                                                                       viento y ceniza,
                                y angustias de corales                                                                        para mi niña.

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