domingo, 26 de julio de 2020

El descastao (3ª parte): el desenlace


Se urgía por aquí y por allí la necesidad de poner coto a tanta miseria y la solución vino cuando la Charo iba por el sexto bombo, como se ha dejado en entredicho.

Yo no te quiero, serrana,                     Hiendo en tu piel de flor
por tus buenos sentimientos.                            como aeroplano,
Te quiero por tus hechuras,                    almíbar son tus manos
tu cultura y tu dinero.                         para mi pecho                                                                                       recauchutado.

Fue en un poco de tablao que liaron unos cuantos en la taberna donde acudían a lengüetearse los pesares con mirabrases. Se abrían en canal las carnes y se escanciaban el remedio de la siguiriya, y una vez ya indoloro el malevaje, partían hacia los aires de más allá de la penumbra entre bamberas, bulerías y cantiñas.

Perico el tabernero, estaba de reformas y, en ese momento, acodado sobre el mostrador, estudiaba algunos adelantos que los peritos querían ponerle, en concreto unos modelos de aparatos domésticos.
–iAndá!, y ese cajón que parece un ovni, ¿qué es?
Dijo el primo Julepe, al ir a recoger una botella de amontillado.
–Un lavaplatos.
Respondió Perico sin removerse.
–iArrea, como mi primo Manolillo! ¿Y eso lo venden?
–Y hasta hay quien lo compra.
Siguió el otro sin inmutarse.
–Pues tráete a mi primo y te quitas esa pejiguera.
Y se fue riendo a contarlo al tinglado bullanguero. Pero en seguida, el primo Ramón, que cuando se empitonaba le salían las luces, cayó del burro y dijo:
–¡Cagüen la leche, un lavaplatos pa’mi primol
¡Pamiii ypamiprimo, pamii ypamiprimo...! empezaron a acompañar, y a doblar con palmas la práctica totalidad de los contertulios, creyendo que era por rumba el palo. Pero el otro se puso a dar voces y les expuso la idea, no sin dificultades para darse a entender y hacerse con ellos.

Tengo el amor en paro                         Espera, que voy,
y a fichar voy tos los días                    guárdate, que vengo,
porque creen que los defraudo           que si sigues pintándote,
y me enamoro a escondías.               prima, yo ya no te espero.
           
–Sepa Dios lo que nos lleven.        
–¿Y eso lo sabrá usar una presona? Mira que a él se le da muy bien la mano, pero ese maquinario...
–Ná, si dice aquí el Perico que eso lo ponen las tías en marcha que pa qué.
–Eso, y de paso que curre la Charito.
–No, si por ella no es, que es de su casa a carta cabal. Si es por él.
–Hombre, pues yo creo que entre todos y vendiendo la lana...
–¡Qué lana ni qué niño muerto! ¿Es que lo vamos a comprar?
–Joer, joer. Que esto es serio. Que se juega el bien de una familia.
–Bueno, pues lo mercamos. Ya veremos cómo. Pero, ¿y el Resabío?, a ver cómo se lo endiñamos.
–Lo tengo aquí –se dio el Ramón en la sien izquierda–. Se lo damos a la Charo pa su santo.
–Y te raja el Manuel. ¡Pero no ves que lo afrentas, muchacho..!
Intervino otro, más viejo
–¿Entonces, a él...?
–¡Hombre..., de cajón. Pero no pa su santo, que ese, con la cosa de meterse a castellano, me han dicho que ya no celebra na más que los cumpleaños.
–Entonces no se hable más.
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                Vengo del híper,                             vengo del híper 
                  con doce cajas 
                cargás de bitter.

Manolillo el Resabio, que en su proceso de segregación había llegado al convencimiento, acertado, de tener menos futuro que un mochuelo en una solanera, también juzgaba, de forma equivocada y presa de los tópicos absorbidos del mundo payo, que la corteza cerebral de su raza no pasaba de costra, eso sí más por la poca gimnasia que como producto de la higiene. De manera que cuando aquella tardenoche de octubre llamaron a la puerta en plena jarana se vio gratamente sorprendido.
Allí estaba la cuadrilla al completo que el creía desafecta y despreciativa de su convidada, cantando por Huelva, y dos señores con mono, más contentos que la pita, pedían permiso para entremeterse y endosarle aquel cajón enorme, que al abrirse y mostrar el invento, enseguida supo Manolín que aquello era lo que lo iba a relevar de lo manual como fregón y de la alevosía que tal actividad le alzara alrededor. Y lloró.
Y así fue como Charito Bailén Amador pasó a ser la primera gitana que dispuso de lavavajillas, llegando a ser famosa por ello en tiempos, de cuyo evento ahora se cumplen veinticinco años. Desde entonces, Manuel el Resabío, devuelto a la hombría por obra de la tecnología americana, congraciado con su patriarca, que aún vive, de esta guisa pasó a ser Manuel el Resabio el del Lavaplatos, contando así ya con un mote compuesto como signo de alcurnia máxima. Y todas las noches, como tiene un contrato nocturno de abaratamiento de la energía paya, genio y figura,  le pide a su Charo que le deje ponerlo en marcha. Y no se duerme hasta que no escucha el ronroneo del aclarado.
                                       
                                 Anoche soñaba yo
                                  que era el agüita de azúcar
                                de una raja de melón.

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