sábado, 18 de julio de 2020

Vandalizados


En España debería ser normal poder elegir el tipo de jefatura del estado, o poder separarnos de Cataluña (antes que ellos de nosotros, con chulería), o para repudiar al satrapilla con vocación de rey godo Page, y unirnos a Torrevieja, o sobre el cambio de hora (incluida la del recreo de los perros), por ejemplo.
 
Pero no. Ahí estamos, votando tontunas. Y vandalizando, que es ese deporte veraniego dedicado a joder el mobiliario urbano basándose en patrañas históricas, algo superior a quemar papeleras –que ha bajado mucho porque hay que trasnochar y eso está de bajón–, aunque más caro, porque luego vienen los restauradores de patrimonio, que cobran un parné. 
Es lo que pasa con el rey emeterio (¿o era emérito?), el que le cantaba esa de Dylan a la novia, “Corina, Corina, tengo un pájaro que silba”, que quieren que sea repudiado por el hijo, en el nombre del pueblo, o sea el espíritu santo, pues nosotros también deberíamos poder repudiarlo como una oferta que no pudimos rechazar, como un padre tocado en la pedrea. 
Lo que nos coloca al mismo nivel que Felipe, solo que sin Leticia, que no sé si es malo o bueno. Como lo de la monarquía o la república, algo que suele abordarse básicamente desde el vandalismo, el bizantinismo y la iconoclastia. 
Vamos, que como ahora todo es icónico, cuando no emblemático, además de lo espectacular, impresionante e increíble que ya era (he ahí los cinco adjetivos del día), basta con generar una controversia sin salida, o bizantina, para liarse a romper iconos que da gusto, y hacernos todos iconoclastas (y todo el que pueda, icoñoclasta).
 El caso es romper, vandalizar, y ya vendrán los restauradores. Y es que la monarquía no es el problema; ni el covid; ni los nacionalismos. El problema es la desunión perpetua, la desvertebración, el tribalismo. 
Tú puedes ser republicano, pero solo por ir contra los que traen ahora el asunto solo para tapar sus lepras, te haces hasta monárquico. Y suma y sigue. 
De ahí el peligro de generar ‘temas’ para colocarnos a favor o en contra a vida o muerte, y practicar nuestro deporte favorito: comerse el corazón del contrario para coger su fuerza. O vuelve el cafre que nunca se fue.

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