viernes, 9 de febrero de 2024

El campo

 

Lo del campo no tiene solución ni lloviendo. No es que sea cosa de locos; es que están locos.

Y la culpa la tienen los filósofos franceses de los años 60, que se cebaron con toda una generación metiéndole en el cabezo que lo esencial eran las raíces, la génesis, lo auténtico y la identidad -Novecento, por ejemplo, engendró más maoístas que Chan Kai Chek-. 

Y de esa confusión -o idiocia, según otros-, entre otros males (como el secesionismo o la transexualidad como ideología) surgió un nuevo romanticismo rural entre gente que lo más que habían conocido parecido al campo era uno de fútbol, acabando por idealizarlo como una arcadia feliz, libre, oxigenada, autónoma, ecologista y guay por donde corretean los pollos vestidos, cuando no era ya sino una factoría netamente extractiva todavía viable con las subvenciones. 

Pero fue tal la propaganda, que hasta los mismos campesinos acabaron creyendo que eran los nuevos y últimos héroes resistentes de las Filipinas del capitalismo cruel, gris, contaminado y global. Hasta tal punto llegó la broma ideológica, que se vio como lo más lógico y natural la manutención del tinglado como si fuera el Guernica (y su traspaso a la siguiente generación) a cargo del erario (y las cebollas que las recojan los de las pateras). Por no vaciar el campo, sería. Aunque fuera cargándose el mercado, que otra cosa no es garantizar precios mínimos, no dejando entrar productos más baratos. Y dos huevos duros. Y un jamón con chorreras. Más romanticismo, imposible. 

Y ahora empiezan a verse los resultados, habiendo quedado todo en las limosnas de Europa para los hematomas de la ruina, y en un puro delirio, pues con esto del campo pasa como con el póker, que como juego está bien, pero lo de ganar ya es pura fantasía. Pero lo más denigrante son los políticos. Tú sacas los tractores y la lías medio parda y van, ¡y te apoyan!, ¡están contigo, te comprenden y comparten tu sueño! Y vengan días y ollas. Aunque igual lo único que quieren es que los inviten a unos gazpachos con liebre, ya que son de los suyos. Y lo mismo lo son. De hecho, son los únicos que pueden vivir del campo. Y sin tractor. 

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