miércoles, 8 de noviembre de 2017

Desmovilización (con perdón)


Esclavitud y movilidad, que empezaron como conceptos contrapuestos, alcanzan hoy la sinonimia de la mano de las servidumbres de la libertad. 
Por ejemplo, si la pata quebrada es para la mujer la primera condena a romper, de cara a la movilización como condición preautonómica, y salir, salir, siempre salir, los tres puntos de un programa emancipista en condiciones, el coche como icono de liberación de esos grilletes por excelencia, es su panacea. 
Pero si ha habido un cómplice insuperable en ese acceso a la libertad física, ése ha sido la dirección asistida. Deberían admitirlo, ellas que van de resueltas, valoran la sinceridad y se ven a sí mismas como francas –aunque la mujer más franca del mundo, todo sea dicho, haya sido doña Carmen Polo–. 
Ni Adriana Kollontai, Clara Zetkin y Victoria Kent juntas hicieron tanto por la liberación de las mujeres como el adminículo de las cuatro ruedas. Ni siquiera sus aliados, tapadera ideal y mentores inmerecidos, los profesores de autoescuela, se le aproximan. Ellos pueden dar fe, y del aforismo socratiano: Cásate: si por casualidad das con una buena mujer, serás feliz; si no, te volverás filósofo, lo que siempre es útil para el hombre. Y si además conduce, jamás tendrás la tensión baja. Podrían añadir. 
Y a los recalcitrantes que aún les reprochan lo de introducirlas al volante, recordarles que si, como dijo Napoleón, las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo, ni ellos ni nadie puede hacerlo ya, desde que ellas también están motorizadas. La división Pantera. 
Aceptémoslo: vamos de copilotos de la vida, de la suya, somos sus gruppies, los espectadores de su carrera por la igualdad, si es que esto de la conducción es una metáfora de la vida unisex, y no una puta mierda de paradigma. Y aceptarlo es de valientes, como Curro Romero, por ejemplo, que yo no sé cómo aún hay gente que lo tiene por la personificación de la jindama más negra, habiéndose casado dos veces, y con tías, pues casarse con un tío no tiene mérito. 
Una libertad de movimiento –volvamos al asunto– amenazada ya por otra, la relacional extrema y sin necesidad de moverse del móvil del guasap, que las ha trincado por el galillo y no las suelta, y que contrarresta con su dependencia lo alcanzado con la movilidad. Más por más libertad, igual a menos. 
Propongo pues que, en vez de tanta panoplia lamechotos de la mujer trabajadora, se levanten monumentos futuristas en los parques a artefactos tan benefactores como la dirección asistida, que nunca he visto una, el ABS u otros, y se declare Día de la Femineidad el día sin móviles. Para que vuelvan a vocearnos, y con más razón, todo aquello que las mueve, coches incluidos.

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