sábado, 25 de noviembre de 2017

Suicidas de género

Este año, algunos asesinos de mujeres, después, hacen como que se suicidan, como para demostrar su honradez. Claro que sería mejor hacerlo antes, e incluso que todos lo consiguieran. Pues aún peor puede ser entregarse intacto a los jueces, sabiendo cómo las gastan, que lo mismo te absuelven y te buscan la ruina, porque, eso sí, los españoles, seremos lo que seamos, que no hay Menéndez Pelayo que lo sepa, pero eso de chatear o tomarse cañas con el que se carga a la hembra y tan tranquilo, está muy mal visto últimamente.
Lo que pasa es que el español, en esto como en todo, siempre ha sido chapucero e improvisador porque el Estado no ha funcionado nunca como Dios manda, y, a la vista de cómo va la justicia, creía que tenía que llevar la iniciativa pensando que matar a la mujer era de lo más moderno, y resulta que lo más progresista es tomarse uno la justicia por su pata pero con uno mismo, y no dejar que otros golismeen, sobre todo si han estudiado leyes; es lo mejor para permanecer honesto después de muerto, que es lo que se busca, se diga lo que se diga, pues antes tú matabas a alguien y te seguían felicitando las pascuas, pero ahora, a menos que lo hagas con un coche, que sale casi gratis, no te mandan ni un guasap.
Ahora todo eso está muy penado, quiero decir socialmente. Casi tanto como irse a la guerra. De hecho, la ONU va a prohibir a los menores coger el camino de las armas (Yo vengo de una guerra, de perder la mirada en medio de un eclipse de muertos... ). Los coches, no. Esos los seguirán atropellando. La ONU, para lo de la guerra, no quiere más que gente de pelo en pecho. “Mire usted, que le voy a pegar cuatro tiros”. “Sí, pero enséñeme antes el DNI. ¿Es usted ya mayor de edad para hacerlo?”. Pobre Gila, le salen competidores inicuos por todas partes.
Con una autorización así, que es como llevar un billete de cien, los barrios de putas del mundo estarían devastados por la inanición. El hambre que se hubiera pasado en el Alto de la Villa si la papela hubiera valido más que los billetes de a cien, conforme al concepto de la mujer-papel de entonces, una época de mujeres anticiclónicas, en consonancia con la pertinaz sequía, que aún dura. Lo dijo Clark Gable: uno se va de putas porque puedes pagarles para que se marchen... y además no tienes que tratar de ser el mejor amante del mundo. Pero ya se sabe que Clark no era nada moderno. Ni se calentaba la cabeza. 
La aspiración de cualquier jeque de serrallo es hacerse una ginecoteca antes que una biblioteca. Pero eso era antes.
Ahora, en las relaciones se llevan más las cumbres borrascosas, pero por lo intelectual. Y siempre pensando en lo a posteriori. Más trascendentes, se diría. Lo que da lugar, como es obvio, a asesinos consecuentes, y los mejores, según el chiste macabro, esos que incluso se suicidan a la primera, que lo mejor que tienen es eso precisamente, porque a ver qué hacen después sin ellas. Les da la gorrumbada y se te embanastan.
Es lo que hace la ideología de la igualdad circulante, y el ser el de la mujer, como el del hombre, un asunto de huecos. No se piense mal: quiero decir de buscarlos, de hacerse uno en la vida, pues nadie está conforme con el que tiene. Quizá por haber ido perdiendo los suyos de cada uno, o porque todo sea ya un puro recoveco o porque se aspire a ser envases irellenables –y menos todavía si es por porzuños de carne–, perfectamente reciclables en descubiertas a través de los ojos vendados de la noche, siempre soñando al fondo de una verde primavera (–“Y tú, ¿con quién sales?  –¿Yo? Con un problema”), llevando dos pastillas, un ansiolítico y un viagra, cuidando de no tomarlas al azar, porque con esto te puede pasar lo que a los desvelados de frigorífico, que bajes a coger algo frío y te encuentres con algo muy caliente. O al revés, no sé.

Da igual. Luego viene la rescoldina, la mala digestión de no poderlas ya matar por ser tuyas, y, con el vértigo actual de saberse uno mismo como no perteneciente a nadie (sobre todo si te has cargado a la única que quizás te quisiera, so jamelgo), el arma actúa como una oración circunstancial entre tanta asintaxis; como un recurso relacional vinculante con el que pasar a pertenecer a la muerta (gracias, claro, a que ya no puede elegir), a esas alturas convertida en la oración de sujeto. Y el suicida, entonces, en predicado. Como debe ser. O, mejor dicho, como es en el menos injusto de los casos. Es simple gramática.

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