viernes, 17 de noviembre de 2017

Que vienen los rusos (y otros)


El verdulerismo periodístico a la mode raja ahora a degüello que los rusos fijo que van a intervenir mediatizando la elecciones catalanas con su ultimísima arma secreta, el jaqueo informático y otros potreos varios. Lo cual los medios patrios, que ven el asunto como algo suyo en exclusiva, califican de intrusismo profesional, algo que es una verdadera perogrullada en un mundo global en el que el nacionalismo es, ante todo, un negocio chollo, abierto a todo tipo de oportunistas y en el que todo dios va a meter mojada si quiere llevarse la tostada. 
Así que tanto los unos con su mantra de la solución política y el diálogo, como los otros haciéndola pasar por la vicaría judicial y la cárcel, lo tergiversan muy malamente, pues, como en todo bisnes, el chalaneo real y bien aprovechado no puede ser más que económico. 
Es por eso que las elecciones que se avecinan van a ser otro fiasco, otro pufo, pues lo que se ventila no es, tal y como se nos vende, Cataluña –que puede, pero solo como resultado colateral–, sino eso que se llama AMB, o Área Metropolitana de Barcelona, un espacio conglomerado donde viven más de 3,5 millones de personas, en el que se produce el 10% de la mascá del PIB general español, con perdón (y por donde pasan, casi obligatoriamente, la mitad de las divisas que salen de la exportación), lo que la convierte en una de las zonas clave del mundo global, organizado hoy, no nos engañemos, en torno a 30 ó 40 de esos nódulos, interconectados entre sí por los flujos humanos y económicos, pero también un ámbito (como pasa con otros) situado en medio de un territorio que lo determina gravemente con su herencia social, cultural y política obsoletos, ley electoral incluida, que es de la edad del sílex, elementos que chocan y obstaculizan su futuro mismo como núcleo de desarrollo del mundo moderno. 
De ahí la batalla de Barcelona en marcha, ya desde hace años, en dura competencia, por cierto, con el otro nódulo aspirante al título por estos lares estratégicos que es Madrid, y que sobre el papel tiene menos puntos, al pillar lejos del corredor mediterráneo, que beneficia más a la Ciudad Condal y alrededores –y a Valencia, que ya está también revolviéndose, aunque sepan que jamás serán uno de esos nódulos–, y que por eso no acaba de arrancar (así como por Europa, que tiembla ante la posibilidad de que los chinos y otros la inunden de mercancías descargadas en Algeciras). 
Siendo pues desde que esta movida estratégica a nivel mundial, que las élites involucradas en la contienda, tanto de dentro como de fuera de Cataluña y de España, han ido tomando partido, y poniendo en marcha diversas acciones, unas para acelerarlo como sea, probando incluso, un tanto perdidas o nerviosas, con cosas usadas muy instrumentalmente, como el soberanismo, que conocen bien, y que de momento ha sido neutralizado por la otra parte de la élite, que está demostrando con su indecisión y bloqueo que tampoco sabe muy bien adónde va por el mundo. 
Todo lo cual indica que, en definitiva, lo que nos encontramos ahora mismo es en el tiempo muerto de una guerra geopolítica en la que hay muchos jugadores externos, pero que básicamente es jugada en terreno que por sus características pintorescas hasta lo rupestre podríamos denominar paleto. Y por eso los rusos, que por cierto ya estaban. Y otros. Y luego las banderas, los boicots y demás sandeces para votantes, esos niños demócratas.

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