lunes, 19 de noviembre de 2018

El pueblo


El populismo, que es lo de ahora, pasa a ser directamente paletería según se desciende en la escala urbana, y el grado de catetismo de los políticos, proporcional a su barato clientelismo con las pequeñas cosas de la cotidianeidad ciudadana, así como de un paternalismo permisivo obscenamente absurdo y un afán de gestión propio de patio de vecinos. 

Por ejemplo, la aceptación como normal y hasta lógica de que los bancos de los parques y otros sean pisoteados por jóvenes que, bajo un síndrome gallináceo, los dejan inútiles para el servicio, siendo la respuesta –política– que se limpian todos los días. Y tan ufanos. 
Es como si un maltratador hincha a la mujer a palos a diario y aduce en su defensa que al menos la lleva a urgencias a continuación a que la curen. Son así de lerdos. Con lo fácil que resultaría colocar unos bancos especiales, tipo palo de gallinero, para que esos volátiles practicasen su postureo, de cara al Kamasutra u otras cosas, ya puestos, incluido cagaditas desde lo alto, por si las de las de otras aves no fuesen ya bastantes, si es que lo que se quiere es facilitar la vida a la juventud, como se hace con el botellón y demás. 
Y lo que no es juventud, como es hacer la vista gorda con los que se dedican a alimentar palomas, ardillas, tordos o gatos (y en consecuencia ratas y otros bichos indeseables), tan contrario a toda norma escrita o no, viéndolo como un acto de bondad y amor, que por tan ajeno a los intereses colectivos hace dudar si las alimañas de verdad no estarán en el consistorio. 
O por ejemplo, la mendicidad institucionalizada, o mejor los mendigos no de las instituciones, aunque prácticamente funcionarizados, con sus puestos fijos, sus zonas, sus clientes, que no sé si pagan el impuesto correspondiente. 
Por no hablar del consentimiento de los excesos del cocherío, perros, tráficos y otros, allí donde la ciudad pierde su nombre en el barrial, y vuelve a ser pueblo, y como tal intocable (y paria). Donde son como de la familia y hay confianza (y da asco, claro); mejor dejarlo estar. 
Y es que nunca el cultivo del populacherismo paleto fue tan rentable como en la ciudad.

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