jueves, 1 de noviembre de 2018

Ficciones y contradicciones. Contribución a la crítica de la ecología política (para un planeta más justo, naturalmente). Post-it 7


BESTIARIO

Casta novena: Pato. 
Con él, la guerra bacterológica está servida. Su origen se remonta al día que Tetis sacó de las aguas a los cisnes para salvarlos de ser violados por Zeus. Las demás ánades, como es normal, también se abrieron sin su permiso, y Tetis, afrentada por ello, restringió sus baños a charcas más acordes con su cuello corto y les recortó los vuelos, y por su sabor macilento, su porte estulto y su limitado don de lenguas, las predestinó a la segunda división y a sorber del suelo todo tipo de sapirujos y guarrería.
Son socios numerarios de la Congregación Palmípeda y se rigen por la Constelación Ánsar, y según testigos que han podido soportar la mitad de alguno de sus Congresos, les pone hepáticas eso de servir de gula y ser más longevas que otras aves.

Nota bene:
Lo virulento de esta entrada ha sido históricamente achacado al regusto amargo que las guerras climáticas derivadas de la radicalización del tiempo sur dejarían en las desde entonces irreconciliables facciones ecologistas, endilgando a este animal la causa de su disidencia, tal y como antes lo hicieran sobre las corrientes del Niño y la Niña, el Jet Stream o los todoterrenos, dando lugar a una de las más engorrosas y reprobables controversias de la era del Plástico, que encontró finalmente en el pato al verdadero azacán de carne y hueso de sus males, al que lacerar con todo tipo de basura divulgativa durante centurias, y que los propios animales recogerían luego en sus catecismos para hacerse un ánima, sin los análisis de calidad que hubieran sido deseables, como se echa de ver, pues no estaba su mente aún para muchos trotes, y creían pensar haber hecho un gran bien a la humanidad al trasladarse según cambiaba el clima a lugares donde sus muslos eran considerados revuelveletrinas, y el paté una profanación repugnante de sus más higiénicos principios, con lo que se quedaba bien con la Unión Ecológica Universal, que se había postulado evangélicamente por la no admisión a trámite de un manjar que ponía en peligro indirecto a otras especies y era la viva imagen del despilfarro. Si bien aquello fue tan contundente, o fuerte, como se diría entonces, que muchos, incluso militantes, no pudiendo adaptarse, lo consumían a escondidas, estirando el vicio del miedo a su censura con el pecado de glotonería, acompañando, bien con champaigne o chablis, según caía, o con entrantes tales como angulas y ancas de rana, que para los seguidores de la tendencia ortodoxa Ecologistas en Inanición fue ciertamente demasiado, pues, como partidarios de la anorexia trascendente y levitante, aprovecharon la controversia para desmembrar la Unión, llevándose lo gordo a otro sitio, así como la documentación del SIMCA 1000 (Sitios Ideales para el Mantenimiento de la Cuestión Amorosa), vaciando así de contenido al órgano ejecutivo como el principal entre congresos, y haciendo inviable cualquier política de acoplamiento y, sobre todo, como se dijo, “sin praxis que valga”.

(Hemeroteca)
Esta debacle fue el principio de una de las sangrías más fratricidas, dispendiosas y fatídicas de la historia de la ecología –aunque la de los Orígenes tampoco estuvo nada mal–, dejando tras de sí ingentes rencillas sin cauterizar hasta que las aguas volvieran a su cauce, o sea, unos doscientos treinta y tres años después cuando la blandura y la lluvia se reanudaron, tras multiplicarse las plegarias porque los “desiertos volvieran a hallar su esencia”, cosa que no plujo ni poco ni mucho a los que se habían tenido que quedar con los patos dando el coñazo en busca de babosas por los arenales, encontrando sólo lagartos de a palmo que, para colmo, estaban protegidos, y al no saber qué hacer con ellos por aquello de las fluctuaciones del mercado (y el Índice de Ventas), fueron dados al sacrificio subvencionado por el Norte, a escote, que decían que así nadie era caro y todos demócratas, para que el paté siguiera estando por las nubes. Un genocidio que dio lugar al aforismo “pagar el paté” y que, en justa venganza, engendró los polvos de su mala fama traducida en esta plegaria y en el odio de la hinchada hacia ellos. Clamor en su contra sobre el que puede consultarse la interesante aportación, El Pato Donald, imago prístina de la palmipedofobia y la antipatología tempranera. es. Varios Autores.

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