jueves, 22 de noviembre de 2018

Postdemocracia


Eso dicen, que estamos ya en la postdemocracia, como lo estábamos en la posthistoria o en la postliteratura o en el postsexo: pues exo –o pos eso–, en lo post de todo, la era post, en los postres mismos de las postrimerías.
Lo cual no quiere decir que hayamos llegado a ese nivel superior en el que ya podemos pasar de todo, sino que a base de alcanzar las más altas cotas de la miseria (y de pasar de todo sin rechistar), estamos ya en otra escala en la que el pan ya no es pan, el trabajo ni se parece (o ni aparece) y la libertad, gastada de tanto presumir de ella, se la echa ya de menos, lo cual es muy al rollo. 
Y a la democracia, ni se la espera. Al menos a la de toda la vida. Ahora la que se vende es la nueva, la guay, ese invento para ciudadanos-niño de última remesa. Y ante tal panoplia alguno dirá que estamos más acabaos que Machín. Y otros que no, que esto acaba de empezar. Ya veremos quien lleva razón. Aunque yo creo que depende de la edad, pues según el cristal de los años o todo es post o todo es pre. 
Así yo, con un cuerpo decididamente postdemocrático, pues el cuerpo es la primera víctima de estos procesos, veo muy post, pero post que te cagas, que Sánchez exponga su veto al acuerdo sobre el Brexit a la May por lo de Gibraltar, todo un brindis al sol pero con gaseosa, para la galería, pues es sabido que ese arriscado negociado es mejor que lo lleven ellos, que son algo menos chapuceros, tienen más experiencia y además, es lo que les conviene a los linenses que dependen del dichoso peñón para buscarse las castañas, y que, ser español, lo mismo se tendrían que ir directamente a Inglaterra, lo cual ahora se va a poner peor. 
Y la prueba de toda esta negatividad anglofílica es algo considerado tan post, cutre y bizarro como es la dimisión de varios ministros de la Teresona, en desacuerdo con el arreglo o chalaneo en cuestión. La famosa flema inglesa. De la que harían falta algunos kilos aquí, tan dados al sainete, la revista, el café cantante y otros géneros chicos tan propios, que ha tenido que resucitar, como siempre, un catalán, Rufián, ese heredero de la Sempere, Saza o La Trinca, que niega no solo la flema sino también el escupitajo mismo, y que, para terminar de emular a Boadella, bien podría hacerse teatrero con su grupo, Els rufians, cuando todo esto termine, Dios no lo quiera. 
Para asegurarse de que eso no ocurra, ya se ha aprobado en las Europas una ley para que los discapacitados intelectuales tengan derecho a voto. Lo cual será sin duda una de las bases más sólidas para la continuidad del sistema. Y es que, dado el rumbo y sobre todo el carácter que está adquiriendo la política, resultaba ya contranatura que los deficientes mentales no pudieran votar. Bueno, solo los oficiales, unos 100.000 de ellos, en realidad.

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